"Madroño" tardaba en salir. ¿Qué pasará?, se preguntaba el público soberano, lo que vienen siendo 19000 almas en las Ventas. "Madroño", un torazo cárdeno, bragado y meano, de 600 kilos, con una vida cinco años atrás, regalada (más o menos) en la dehesa, fortaleciendo músculos de atleta de élite para cuando llegase el gran día (Madrid, Feria de Otoño, plaza casi llena), y surge un problema de última hora. ¡Vamnos hombre, a la crítica?.!
Y después de pocos minutos "Madroño" asoma la testa por la puerta del toril, avanza dos metros, echa un vistazo rápido a su alrededor (¡esas casi 20000 almas, Dios mío!) y tomó la decisión más peliaguda de su vida: no quiero, me voy, ¡vaya bulla de gente!, que me voy pa dentro hombre. Y se va. Pero se lo piensa y vuelve a salir otra vez dos metros, contempla aquel espectáculo abigarrado de testas y se vuelve a decidir: qué no, que no, que esto es mucha bulla, que me voy. Así hasta tres veces.
No es no, decía para sí "Madroño", pero al final se convenció. Hay que ir a la guerra, no queda otra, debió decirse. Y cuando vio que se acercaba un fulano de Ledesma que brillaba se fue a por él como una exhalación. ¡Ahora te cojo, ahora te pillo?.", pero el del chispeante era listo y "Madroño" no dio con la tecla de lo que viene siendo "echar mano".
Al final "Madroño" no aportó nada a la dignidad de su casta pero fue un toro rebelón contra su destino. Y ahí quedó constancia de ello. Y poco más hubo.