Varias personas me han pedido mi opinión sobre la película "Mientras dure la guerra" de Alejandro Amenábar, rodada casi íntegramente en Salamanca y recientemente estrenada. Podría dar mi opinión y algo de ella seguro que traslucirá en esta página, pero como no soy crítico de cine y últimamente puedo ir a ver películas menos de lo que desearía, no me parece honrado criticar un producto acabado como es esta película.
Lo que sí puedo hacer es relatar cuál fue mi actitud ante el hecho de poder colaborar indirectamente en su realización. O, para mayor precisión, cual fue la actitud de los párrocos de la Unidad Pastoral del Centro Histórico de Salamanca, formada por las parroquias de ?por orden de antigüedad- San Martín con San Julián, La Purísima con San Benito y San Sebastián con Santiago, pues las tres parroquias han intervenido, más o menos.
Alejandro Amenábar es un artista y era nuestro deseo facilitarle en lo posible la tarea. Algo de miedo nos daba que las cámaras se metieran en nuestras iglesias, pues dado el tema de la película ?sólo sabíamos el título, "Mientras dure la guerra", y que iba sobre Unamuno, en el contexto del octavo centenario de la Universidad de Salamanca- había posibilidades de que se utilizara la imagen de nuestros templos para alguna manipulación ideológica. No teníamos garantía de salir bien librados ni tampoco la pedimos, pues es deber de los cristianos confiar en los artistas consagrados, porque aunque sus ideas no fueran las nuestras, tanto Alejandro Amenábar como nosotros pretendíamos en el fondo lo mismo: hacer honor a la Verdad apoyándonos en la Belleza; nosotros en la belleza artística de los templos que la Iglesia nos ha confiado y Alejandro en su capacidad ampliamente demostrada de crear Arte mediante el cine.
Al enterarnos de que querían rodar alguna escena en la sacristía de San Martín, teníamos curiosidad por ver el producto acabado, pues no estábamos al tanto de los pormenores del guión ni lo pretendíamos. Resultó que la ficción cinematográfica reservaba para la sacristía una función digna, la de ser sede de la pequeña comunidad evangélica de Salamanca en 1936. Supongo que no era posible recrearla en la Fonda de la Vera Cruz dadas las profundas transformaciones experimentadas por el edificio para convertirse en centro de enseñanza de restauración y arte culinario.
Las sacristías han sido siempre mentideros o sala de calderas ?versión negativa o positiva, según el caso- de las parroquias. En este caso la sacristía de San Martín, además de servir para recrear la capilla evangélica -para lo que hubo que recorrer las seis iglesias de la Unidad Pastoral buscando bancos pequeños y humildes hasta encontrar el número justo: ocho; no hacían falta más, ni tampoco había más-, sirvió durante muchos días como lugar de reunión, a primera hora de la mañana, para organizar los detalles de la filmación de cada jornada.
Fue una gozada asistir en directo al trabajo profesional de la productora, cómo sacaban las imágenes y los cuadros que adornan la sacristía, cómo los protegían y los trataban con mimo, cómo pintaban techo y paredes para resaltar la sencillez de la comunidad evangélica y de su capilla y cómo volvieron a pintarlos en un par de ratos, recreando el esplendor que había tenido la sacristía en los días de su construcción como obra nueva adosada al templo románico.
Y toda la tramoya tecnológica necesaria para poder grabar una mínima escena. Un espectáculo en sí mismo fue ver toda la nave de la iglesia ocupada por cables, pantallas, mesas de mezclas y ordenadores y otro espectáculo el desmontarlo todo en muy poco tiempo y sin dejar rastro.
Parece que algunos críticos dicen que a la película le falta pasión. Yo creo que no. Porque bien está que una película sobre un tema tan controvertido como ?en palabras de Unamuno, la "Guerra Incivil", el enfrentamiento entre "los hunos y los hotros" en 1936-, no provoque choques entre nosotros en 2019.
El Arte cinematográfico y el arte de la evangelización no suelen ser cosa de individuos iluminados, sino trabajos de equipo. Así se mostraba el gran grupo de actores, técnicos y especialistas que rodeaban a Alejandro Amenábar, que no es en modo alguno, a mi parecer, un divo. Y aquí hay que destacar, en nuestro equipo, la tarea entregada de Jesús González, el voluntario que cuida de San Martín, y la paciencia demostrada por los feligreses, que aceptaron de buen grado el ajetreo de esos días de rodaje.