En uno de sus libros, A. Frossard se ríe de aquellos que dicen haber perdido su fe "como se pierde el bolso o un manojo de llaves", y señala que, en los depósitos de objetos perdidos, se reclaman más fácilmente los guantes que la fe, seguramente porque no es importante para el que la ha perdido.
En realidad tendríamos que hacernos varias preguntas sobre la fe: ¿Cómo es nuestra fe: de carbonero, infantil, adulta? ¿Dónde, cuándo y cómo la hemos perdido? ¿Queremos recuperarla? ¿Qué haríamos para conseguirlo? Pero claro, la fe depende del concepto que tengamos de Dios.
Vivimos en un mundo caracterizado por grandes y rápidos cambios que nos producen como efecto negativo, no saber hacia donde vamos ni qué rumbo debemos tomar. Nuestra fe ha cambiado su objeto y ha pasado de creer en Dios a creer en la técnica. Lo mismo sucede con la Esperanza. Ya no nos interesa el "largo plazo" de las promesas de la fe, solo tenemos esperanza en que esa técnica nos dará una buena vida (más cómoda, más larga, mejor). Y el Amor?¿qué decir del amor o de eso que otros llaman caridad? El concepto amor se ha desvirtuado tanto que cada cual entiende algo distinto cuando de él se habla. Y esto se nota en nuestra misma relación con Dios, que ha pasado de sernos familiar, a ser un extraño situado fuera de nuestros intereses más inmediatos.
H. Huvelin le sugirió a C. Foucauld esta sencilla oración: "Dios mío, si existes, enséñame a conocerte". Un conocimiento que entra por el oído cuando acogemos con cariño y sencillez la palabra de quienes creen en Él. Cada cual lo hace como sabe y puede, pero todos podemos y debemos hablar de Él (después de haber hablado mucho con Él) pese a la dificultad que esto entraña.
La fe en Dios, nos permite saber que Él nos busca, y por eso podemos reconocer su presencia en cualquier lugar y en cualquier persona, también en nosotros mismos. La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia lo tenemos todo: alegría, luz, paz, bien, vida. Es la fe, la que nos hace saber que caminamos en medio de sombras y luces, y que, a pesar de todo, es posible verle en cada momento de nuestra existencia porque Él sale a nuestro encuentro. El camino hacia el encuentro con Dios está precedido por la búsqueda de Dios a cada persona. Esto es sencillo, hay que dejarse encontrar.
Jesús, ante la fe del que pide y la miseria de los hombres, hace el milagro y dice: "tu fe te ha salvado", hágase según tus deseos. La fe en Jesucristo cuando está viva y da fruto de buenas obras, humaniza al ser humano y le hace más compasivo, más generoso y más solidario con los otros hombres. Pero cuando ponemos nuestra fe al servicio de otros dioses, nos convertimos en lobos para los otros hombres, (ahí están las mortíferas dentelladas del capitalismo, afectando a tres cuartas partes de la humanidad). "No es verdad, aunque a veces parezca decirlo, que el hombre puede organizar su vida sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre" (H. de Lubac). Nadie puede vivir sin fe, sin algún tipo de creencia, sin confiar en otro. Y lo urgente es revisar en qué y en quién creemos y juzgar si son dignos o no de nuestra confianza.
La fe es una gracia, un regalo: un don de Dios que exige la respuesta libre y consciente del ser humano como tarea de cada día y esta tarea es lo que llamamos constancia. Creer sin cansarnos, sin ceder a las múltiples razones que nos quieren ganar para su causa (una causa sin Dios).
Los discípulos pidieron a Jesús: "Auméntanos la fe". Esta puede ser una oración bien sencilla que nos sirva para nuestro diario vivir.