La campana sonó y volvemos a las urnas. No me importa. Prefiero votar a no hacerlo. No me cansa. Hay otras tareas más pesadas. No me decepcionan los políticos, quizá porque pocas veces me han conmovido. A estas alturas muchas personas se han formado ya una opinión sobre lo acontecido que acoge desde explicaciones simplistas a otras muy elaboradas, sin olvidar la perplejidad o incluso el más profundo desinterés. Sigo pensando que el país no ha digerido todavía bien la explosión pluralista de 2014 que requiere mañas, pero también arreglos institucionales. Al actual liderazgo político le falta un hervor y el independentismo catalán es un factor manipulador y manipulable que juega una baza importante. Sin embargo, los últimos días he estado al tanto de dos interpretaciones muy diferentes que vale la pena repasar. La primera pone el acento en el protagonismo de ciertas elites a lo largo de las últimas décadas, mientras que la segunda se centra en la actuación del rey Felipe VI.
Andrés Villena Oliver en Las redes de poder en España. Elites e intereses contra la democracia, publicado este verano, sostiene que la fijación del foco mediático sobre los políticos ha dejado libres de toda sospecha a los altos cargos de la administración del estado. La regulación que les afecta en relación con sus idas y venidas de los ministerios a las empresas es mucho más laxa que la que se aplica a los políticos profesionales. De manera minuciosa registra la circulación de estas elites en la política desde la transición acá centrándose, sobre todo, a partir de 2004 y, principalmente, en el ámbito de la economía, para ser más preciso, del IBEX35. Sostiene que existe un fenómeno de "blanqueo político". Se trata de la legitimación democrática de los intereses de un grupo reducido engarzado en el mundo de los negocios. Estos son quienes verdaderamente mandan sobre una mayoría anestesiada y desorganizada. Son los artífices reales del juego del poder.
La incapacidad de la clase política a lo largo de los últimos años para entender los cambios acaecidos en la sociedad española y su reflejo en las transformaciones en la representación política hacia el multipartidismo, pero también con respecto al complejo mundo de las identidades, ha sacado a la luz, entre otros aspectos, al papel del Rey. Hay observadores, y también políticos, que han estimado que su intervención debería haber sido más constructiva, incluso decisiva, a la hora de propiciar que los partidos aproximaran sus posiciones. De igual modo, hace ahora dos años, se señaló que la presencia en televisión del Rey tras los graves acontecimientos en Cataluña había sido "decepcionante" por su falta de liderazgo y de creatividad en sus funciones. Hace un siglo, su bisabuelo Alfonso XIII, estaba inmerso en un activismo político que, como bien sabemos, terminó siendo nefasto, primero para la Monarquía, y, luego, y más importante, para el país. Borbonear fue el término definitorio de aquel actuar irresponsable, que no inconstitucional, que hoy debe evitarse a toda costa.