Sostiene Ernesto que el nazionanismo es una enfermedad infecto-contagiosa que hunde sus raíces en un atropellamiento de virus y bacterias originadas en un cruce fortuito entre sarna y disípela (que como es bien sabido el que la padece y no se muere?), y que cursa con nómina a cargo de la comunidad autónoma que se siente país, nación o estado; cargo o carguito en la televisión autonómica; urticaria y picores sectarios; inflamación del ego; aprecio desmedido de lo propio y desprecio de lo ajeno; cerrazón de mente; mengua del raciocinio; vuelta de ojos hacia adentro; violencia indiscriminada contra los convecinos que todavía no se han contagiado; invención de agravios y otras supuestas injurias que justifiquen hacerse un hueco a codazos y patadas en el martirologio del calendario gregoriano; y en los casos más graves ceguera.
Aunque algunos científicos y hombres de muchas letras han dicho y redicho públicamente que no hay tratamiento ni cura efectiva contra este mal, los más optimistas defienden el empleo de un remedio milagroso, que en la mayoría de los casos ataja y mejora la enfermedad, que consiste en abrazos indiscriminados, jamón de Guijuelo a porrillo, vinos de La Ribera de Duero, La Rioja o Las Arribes a manta de Dios, y viajes por España para conocer el territorio y a sus gentes.