OPINIóN
Actualizado 19/09/2019
Antonio Costa Gómez

Se titula " La casa ciega" pero otros la llaman "La casa rosa". Degouve la pintó detrás de los árboles, con toda el alma latiendo. Pintó el espíritu guardado en el interior de la casa entre los árboles. Pintó la luz apasionada en la soledad de las ventanas, las ventanas en la noche se confiesan entre silencios, los muros laten tras el espesor desesperado de los árboles.

Los ángeles vuelan inquietos entre el bosque en otro cuadro mientras amenaza con llegar el amanecer, uno arrodillado adora las flores, otros por parejas se besan y se arrebatan antes de que llegue la aurora, son toda la vitalidad intensa que se despliega en la noche.

Cuánto necesitamos esa pintura, esa condensación. En la pintura de Degouve nunca hay charlatanería, tiene esa necesidad de meditar y de adensar las cosas. Degouve pinta el silencio la extrañeza de la existencia, nuestro ser encontrado entre la espesura. Pinta las pasiones desatándose donde no mira nadie.

Degouve de Nuncques estudió en Bruselas, trabajó en Malinas. Se convirtió en uno de los pintores más fascinantes del simbolismo. A principios del siglo XX se fue a vivir a Mallorca, se volvió casi loco por la muerte de su mujer. Vivía y pintaba con secreta pasión.

Pintó los parques por la noche en toda Europa. Al final se fue a vivir a las montañas de Bélgica y pintó paisajes nevados. Para pintar eliminaba líneas y ponía sentimientos. René Magritte convirtió su "casa ciega" en "El imperio de las luces", un cuadro inquietante y metafísico. Cuánto necesitamos esa extrañeza visionaria. Para no estar siempre soltando palabrerías y tópicos, ideologismos estrechos y discursos de moda.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR Degouve de Nuncques: La casa ciega

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