OPINIóN
Actualizado 17/09/2019
Francisco Delgado

A propósito de un artículo sobre la lectura de A. Fernández-Savater, en diario.es, el viernes pasado y de mi reciente experiencia como escritor dando forma a un relato sobre la juventud de Santa Teresa, escribo este artículo, glosando las lúcidas reflexiones de Fernández-Savater y añadiendo esta vivencia mía, escritor liberado felizmente ya de objetivos económicos o de búsqueda de efímera fama.

Desde siempre hemos heredado el prejuicio de que leer es "una actividad pasiva" y que, salvo excepciones por el peculiar contenido de algún ensayo o novela, en general es algo aburrido. Estos prejuicios demuestran que ni hemos entendido nada de todo lo que conlleva la actividad de leer, ni los pocos que han intuido la riqueza que el lector adquiere leyendo, la han sabido explicar.

Es difícil pensar que los millones de grandes lectores que han existido y siguen existiendo en todo el planeta sean un tipo de individuos interesados en aburrirse leyendo los relatos o reflexiones de otro ajeno, desconocido, en general. Y tan difícil como esto o aún más, es pensar que los escritores que en el mundo han sido y seguimos siendo,( puesto que todo escritor es un gran lector), debemos concluir que también los escritores son sujetos en general aburridos.

En la sociedad actual, la sociedad del espectáculo, de los youtubers, de los twits, de la imagen y de la continua actualización, la lectura de un libro, para un joven o adulto que nunca haya tenido la suerte de disfrutar de una experiencia placentera con la lectura de un libro, leer le aparece como una de las actividades más aburridas. Y también más difíciles de llevar a cabo, aunque esto no lo diga. Pues esta "activa pasividad" que es leer requiere unas pocas condiciones que cada vez escasean más: a) la capacidad de atención para seguir gustosamente un texto, un mundo de otro que nos invita a adentrarnos en él y a dejar que nos conmueva, si es el caso. b) El tiempo disponible para realizarla. c) el silencio necesario para poder concentrarnos.

El autor del artículo citado resume en tres características lo que es la compleja actividad de leer: una actividad crítica con lo narrado, desde la razón, la lógica y el conocimiento histórico del lector, un ejercicio espiritual de trasformación de uno mismo y una disciplina de la atención, de estar ahí, en esa tarea, y "no en los mil sitios y ninguno" que vive el consumidor de las redes sociales.

Mientras escribía durante estos últimos meses un relato sobre la juventud de Santa Teresa, iba descubriendo qué importante fue la lectura de libros en su vida: tanto la lectura de los numerosos libros de caballería que su madre le proporcionó durante su juventud, como los posteriores libros de contenido espiritual que, sobre todo un tío paterno, le facilitó. Los libros en la vida de Teresa de Ávila fueron auténticos faros en su exploración del mundo entorno y de su propio mundo interno. De tal manera que junto a los frutos de su vida de oración, los libros (los libros de caballería en su juventud y los libros religiosos posteriormente) fueron los dos factores que permitieron su extraordinario proceso espiritual.

Finalizo comentando la experiencia de lectura en voz alta de este relato sobre la juventud de Santa Teresa a un pequeño grupo de amigos (experiencia generalizada entre escritores hasta el siglo pasado, desaparecida en este nuevo siglo de las prisas): con suficiente atención e interés estos amigos se sintieron concernidos personalmente por el relato y el autor se benefició de los ricos comentarios, tanto de forma como de contenido, que generosamente expresaron.

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