"¡Malditos roedores!"
JINKS
Como frente a cada realidad y, sobre todo, a cada reelaboración de la realidad fabricada por los medios de comunicación y vulgarizada por los hilos de unas redes sociales trasunto ya del cubo de la basura, el asunto del llamado Brexit ha alcanzado tal nivel de manipulación informativa, tendenciosidad verbal, papanatismo político y pura mendacidad en los juicios, que las enseñanzas de materias otrora tan respetables como la Teoría del Estado, el Parlamentarismo, el Derecho Constitucional o todas las normas que regulan las mayorías de la representación parlamentaria y los derechos de ciudadanía, no solo inglesa, han quedado casi ocultas por mareas enteras de espurios intereses, retorcimientos legales, seudolecciones interpretativas y otras perlas de la verborrea político-informativo-económica a que tan acostumbrados nos tienen últimamente las pantallas de todo tamaño y las hojas volanderas con cualquier cabecera. Y los escaños.
Sucede que en el Reino Unido se convocó hace años un referéndum destinado a que el pueblo británico decidiera si quería o no seguir perteneciendo a la Unión Europea, y el resultado fue que no. A partir de ese momento, y de un resultado refrendado con los votos de la mayoría de los ingleses cuya limpieza, claridad y legitimidad nadie pone en duda, los intereses mercantiles y políticos de toda clase, bancarios, judiciales y hasta hosteleros, tanto en el mismo país cuyos ciudadanos decidieron no seguir siendo miembros de la Unión Europea como en otros, pusieron en marcha una intensísima campaña en contra del resultado de ese referéndum, acudiendo a toda clase de enjuagues informativos, manejos leguleyos, artimañas económicas, acusaciones, tergiversaciones, amenazas, advertencias y anatemas para que el mandato de la consulta no se llevase a efecto o, de hacerlo, fuera ruinoso para el hijo pródigo y quedara permanentemente signado como un acto de inconsciencia insolidaria, de ceguera política o de retroceso social.
Desde las tremebundas acusaciones políticas y desautorizaciones, insultos y anatemas a los líderes que encabezaron el llamamiento al referéndum por la opción que al final triunfó, hasta la tremenda campaña, todavía viva en que, confundiendo interesadamente Europa con la Unión Europea se lanzan serias advertencias a la ciudadanía de todos los países del mundo, y principalmente europeos, de los males que acechan hasta al pan de cada día si la voluntad del pueblo inglés se llevase a cabo, hasta la siembra de información en reportajes, programas especiales y conferencias de altísimo nivel, avisando no solo de cataclismos económicos y sociales de inmensa magnitud, sino la especificación de detalles concretos, circunstancias, problemas u obstáculos que conllevaría para el común de los mortales (de la UE y de fuera) el que un estado decidiese respetar, hacer y cumplir lo que mayoritariamente deciden sus ciudadanos. Y como si estar fuera de la UE (que no de Europa) fuese una instancia del fin del mundo, las voces más autorizadas lamentan, reprochan, niegan y hasta proponen corregir algo tan sencillo de acatar, tan claro de entender y tan obligatorio de cumplir como la voluntad del pueblo.
Posiblemente el populismo utilizado tanto en la campaña pro-referéndum en el Reino Unido como en muchas decisiones de sus líderes, principalmente conservadores aunque no solo, pudieran ser políticamente discutibles y hasta cuestionables desde un punto de vista ideológico, y tal vez la próxima salida del país de la Unión Europea no sea precisamente positiva ni para el mismo país ni para sus socios. Tal vez los procedimientos legales que utiliza el parlamentarismo inglés puedan resultar chocantes para ciertas mentalidades mediterráneas del ordeno y mando. Pero la mezquindad de las acusaciones utilizadas, el trato periodístico e informativo dado en toda Europa tanto a la anterior premier británica como al actual, a su Parlamento, sus instituciones y las normas por las que se rige la vida política en el Reino Unido ha alcanzado cotas tales de baratura, adulteración, injuria, denuesto e injusto dicterio, que esa unanimidad en el rechazo siembra la sospecha, y más que sospecha, de que es el beneficio económico de las empresas multinacionales el que dicta el sesgo político y las intervenciones de los parlamentarios europeos sobre el Brexit, y que se está pretendiendo valorar ese interés económico por encima de la decisión soberana del pueblo inglés. Además, la constatación de que los medios de comunicación, todos, obedecen a los intereses, claves y necesidades del mismo interés, está sembrando un nivel de descrédito tal en una ya paupérrima clase periodística, política y, claro, financiera, que discutir el por qué de los vaivenes político-parlamentarios de, por ejemplo, España, se vuelve ocioso.