OPINIóN
Actualizado 13/09/2019
Mercedes Sánchez

En ocasiones, ciertos objetos se vuelven durante su existencia (¡y algo de la nuestra!) en una parte de nosotros mismos.

Un día, de pronto, aparecen en nuestra vida, producto de una necesidad. Y se convierten, sin pensarlo, en fieles compañeras. Siguen nuestros pasos, se adhieren como un hechizo a las plantas de nuestros pies, y nos ponen alas, nos llevan de este a aquel lugar, todos bellos; nos acercan a oler unas flores, a ver llegar una pequeña ola a la orilla, nos acompañan con desgana en el calor de esos veranos hasta el puesto más cercano, llenan de experiencias nuestra vida, de pasos nuestros pasos? compran el protector solar, la postal que enviar o coleccionar, el libo que ojear para dejar y mirar el mar, y que reposa a su lado para volver a bucear entre sus páginas? Presencian el lugar en el que depositamos nuestro marcapáginas? (si tuviéramos un poco de confianza en ellas, si les permitiéramos hablar, nos confesarían al oído en qué párrafo dejamos de leer? en qué palabra dejamos de descifrar pensamientos para levantar la vista y perdernos en ese horizonte de imaginación que llena nuestras pisadas de aventuras, de mares de piratas, de ilusiones, de bruma y esperanza a partes iguales?

Nada cabe dentro porque no son recipiente, pero recogen miles de instantes de nuestro devenir.

Cuando nuestros pies las ven, sus dedos pulgar e índice, alegres, se separan para saludarlas, para acoger entre ellos ese trocito de material que se introduce y se hace nuestro, y el empeine se deja acariciar por sus dos cintas que se ajustan a nuestra medida, y así se hacen juntos los caminos, los veranos?

Saludan con nosotros al tendero, a la hierba del parque por el que cruzamos, dicen hola a las nubes que las cobijan, buscan recovecos en el cielo entre los que se esconden durante todo el verano los "arco iris" que guardan sus colores hasta una nueva lluvia, presencian el diálogo de las gaviotas, se llenan de madreselvas, recorren adoquines hasta el quiosco, se hunden en la arena con nuestros pies, se zambullen entre mil granitos de todos los que forman una playa y, leales, nos esperan al lado de la silla mientras elegimos la más bella concha o miramos el fluir de las olas que, también con constancia, se acercan insistentemente hasta la orilla.

Ponen alas en el suelo de nuestros sueños; sienten, con suavidad, cómo va llegando el otoño desde las entrañas de la tierra.

Escuchan nuestras conversaciones, las llamadas necesarias, las urgentes si las hay, las de ocio para estrechar lazos con el mundo de amigos que esperan nuestro cariño al otro lado, se mojan de la humedad de la arena cuando el mar la besa con otro color, van y vienen, incansables, acá y allá.

Viven nuestra vida, nos oyen respirar, si vamos deprisa o despacio, hacen latir nuestro corazón, dándole aliento, y aleteando a nuestro ritmo?

Cogen, con el cariño, la forma de nuestros pies, nuestros salientes son sus huecos, nuestros arcos son protuberancias en ellas? Nos esperan sin prisa y sin hambre a ese otro chapuzón de mar? Nos acompañan al borde de la piscina? y nos dejan, pacientemente, disfrutar.

Saben cada uno de nuestros rincones? y como nosotros, quieren ser eternas.

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