No ayudaron los novillos de Casasola a calentar una tarde que salvaron la madurez de Diego San Román; la firmeza, el valor y las ganas de Miguel Aguilar y los detalles de Manuel Diosleguarde
Las ocho y media. Pasaban las ocho y media de la tarde y la gente salía despavorida de La Glorieta, con la prisa de quien llega tarde a una cita importante. Con frío en el cuerpo y en el alma, en las ganas, en esa emoción especial de la primera de feria. Un frío que se daba de tortas con las ganas de toros de quienes se reencuentran con su plaza más querida, de quienes año tras año esperamos el milagro del toreo en Salamanca, en cuya tierra hunde su ADN y su razón de ser.
No ayudaron los novillos de Casasola, faltos de fuerzas y de casi todo, con excepción del tercero, bravo, a calentar una tarde que salvaron la madurez de Diego San Román; la firmeza, el valor y las ganas de Miguel Aguilar, que estuvo en novillero con los dos de su lote, y detalles robados acá y allá como las cadenciosas verónicas de Manuel Diosleguarde, que hubo de guardar para Dios y para todos las virtudes que atesora su toreo con un lote que no favorecía el lucimiento. Novillos flojos y vacíos de contenido que adelantaban el otoño en las entrañas. Porque cuando sale un toro bravo al ruedo se olvida hasta el frío y late más deprisa el corazón de los tendidos.
Ha sido un reencuentro frío, una tarde de muletazos y naturales arrancados a novillos que no querían entregar su alma base de voluntad. Tarde de una oreja de paisanaje a Diosleguarde que abre el cómputo por el que muchos miden el milagro intangible del toreo, sus emociones, lo que no se ve ni se mide, que nada tiene que ver con apéndices ni despojos. Una tarde de frío, de salir deprisa de la plaza, como si alguien nos esperase para darnos un trabajo fijo.
El reloj marcaba las ocho y media de la tarde y para entonces los minutos eran plomo. Gloria bendita el café caliente que tomo a pie de barra mientras escribo estas líneas de urgencia en un tarde en la que la urgencia apretaba para abandonar La Glorieta con el alma fría y un ramillete de promesas que no pudieron tomar vuelo.
Fotos de Pablo Angular