OPINIóN
Actualizado 07/09/2019
Tomás González Blázquez

Cuenta una leyenda hasta hoy ignorada, tan desconocida como todas y cada una de las leyendas el primer día que alguien las narró, que nadie sabe quién talló, enjoyó, pulió, esmaltó y dejó tan bonita a Santa María de la Vega y su menos nombrado Niño, pero que este guarda el nombre de los talentosos artífices muy cerca de su corazón, grabados en el misterioso interior del libro que su mano izquierda aferra contra su pecho, mientras con la derecha nos bendice desde el trono dorado de su madre.

Porque esta leyenda hasta hoy oculta por el velo de la discreción, tan discreta como la Virgen que acepta las flores sin poder evitar ruborizarse y eleva las oraciones hasta el Padre según le llegan, trata de un libro vivo donde se han escrito los nombres de todos los hombres y de todas las mujeres como si nos hubiéramos puesto a escribirlos sobre la palma infinita de la mano de Dios? y aún le queda otra para arroparlos.

El Niño de la Vega podría portar una cruz para guiarnos, o un escapulario con el que protegernos, o una bola del mundo donde sobre todos reinara, pero se le antojó, y los anónimos artesanos se dejaron conducir por la inspiración de su deseo, que fuera un libro de vida y de sabiduría su atributo en la Salamanca pretendidamente docta, culta y hospitalaria.

Relata la leyenda que cuando se lo colocaron en el regazo encajó a la perfección como si ya no fuera a soltarlo nunca, así que ya no hubo necesidad de retoques, porque sin haber tomado medidas definitivas el primer modelado fue el idóneo. Preguntados los artistas por el contenido del volumen optaron por el silencio, y más no debe especular la leyenda respecto a lo que allí se custodie, pero corresponde añadir que según afirman en susurros algunos testigos privilegiados el Niño de la Vega abre de siglo en siglo su libro, alguna madrugada de ocho de septiembre en la intimidad catedralicia, y se pone a leerlo: "Hoy se cumple esta profecía que acabo de proclamar?". Su eco resuena en las naves a la mañana siguiente, y cada domingo, y cada año, y cada vez que el Evangelio es anunciado y los salmantinos abren sus oídos.

Entre esos testigos, la leyenda cita a fray Juan, aquel agustino de Sahagún y de verbo elegido por la gracia: el mismísimo Niño de la Vega le dictó silenciosamente su atesorado libro para que lo convirtiera en sermones de concordia y prodigios de caridad. A la intrépida Teresa quiso prestárselo más de una vez pero ella siempre prefería dejarlo en la vega del Tormes, no fuese que con tanto viaje se extraviara, y a sabiendas de que aguas arriba le llegaría el perfume de sus palabras. Por último, a su Madre, cuando en la mañana de Pascua se cubre con el manto blanco de la Alegría, insiste en dejárselo para que lo luzca en sus manos tenues y delicadas, y escribe para ella la página más esperanzadora que puedan leer sus ojos misericordiosos: "El Hijo del Hombre resucitará al tercer día".

Fotografía de Alberto García Soto en la procesión de la Virgen de la Vega el domingo IIIº de Adviento, año 2013.

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