OPINIóN
Actualizado 28/08/2019
Juan Antonio Mateos Pérez

El progreso tecnológico no se puede detener, pero no por ello se nos puede escapar de las manos, ni podemos darnos por vencidos negligentemente. Giovanni Sartori En la nueva cultura mediática de la era de la imagen es más importante parecer que ser, pue

En la mente de San Agustín nada humano le resultaba ajeno, desde la educación a la solidaridad humana, escogió todo lo aprovechable del saber antiguo y lo cristalizó desde la profundización de la Sagrada Escritura. De la lectura de sus obras se desprende que era un gran amante de la lectura, uno de esos libros, Hortensio de Cicerón, cambió su mundo afectivo y le convenció que la verdadera felicidad estaba en la búsqueda de la sabiduría. Comenta en sus Confesiones: Su lectura era un incentivo, una provocación para que yo buscara y abrazara no esta o aquella postura filosófica, sino la sabiduría sin aditivos.

Inmersos en la Galaxia internet parece que tenemos todo el saber al alcance de una tecla. Pero estamos en el fin de una época y en el comienzo de otra, donde el poder de la imagen parece omnipotente, desplazando a la palabra y a la lectura. Ahora existen pocos lectores, la competencia de otras formas de entretenimiento más triviales en una sociedad consumista y superficial hace que se pierda el placer por la lectura y el aprendizaje.

La lectura y la escritura hacen habitable el espíritu, en ellas nos apoyamos para transcender nuestras realidades, nuestro propio yo y, superar de alguna manera el tiempo vivido. Existe una clara relación de la palabra con la memoria, siendo esta el gran guardián del pensamiento y la experiencia. La escritura fue el gran invento para vencer esa claudicación ante el tiempo.

El progreso, como sin quererlo, nos ha sumergido en la era cibernética, donde se unifican la palabra, el sonido y la imagen, siendo el ordenador el nuevo soberano del mundo. Nos introduce en las múltiples realidades virtuales y simuladas, nos enseña imágenes imaginarias, ampliando aparentemente lo real, pero no es la realidad, es una mera pantalla, privilegiando lo emocional sobre lo factual.

Siguiendo al politólogo y sociólogo Giovanni Sartori (Homo videns. La sociedad teledirigida), ese cambio de la información a través de la imagen se dará mucho antes, con la llegada de la televisión. Desplazará a la palabra, que como símbolo necesita del conocimiento de una lengua, por la imagen que pura representación visual. Con la televisión se está modificando sustancialmente la relación entre entender y ver. No solo es un medio de comunicación, es un instrumento que genera un nuevo tipo de ser humano, una nueva forma cultural y de transmisión de valores, una nueva paideia.

El pensador advierte del carácter negativo de esta nueva "sociedad teledirigida", si por un lado estamos más comunicados, se está produciendo una fuerte anestesia que impide la crítica y la capacidad de abstracción. La nueva paideia de la imagen, no está estimulando el crecimiento cultural, todo lo contrario, está creando nuevos analfabetos que rápidamente olvidarán todo lo que aprendieron en el colegio.

Sartori argumenta su pensamiento, en el hecho que los niños ven la televisión durante horas, desde edades muy tempranas, antes de aprender a leer y escribir. Esto tiene importantes efectos negativos, el niño que es una esponja, convive a diario con imágenes violentas, no entiende lo que está viendo y las absorbe como un modelo excitante y triunfador de la vida adulta. Hay una fuerte relación, estudios lo demuestran, entre la violencia de los adultos y su inculturación televisiva en las edades tempranas.

Pero, por otro lado, ese niño formado en la imagen se reducirá en el futuro a ser un hombre que no lee y adicto de por vida a los videojuegos. Será un adulto sordo a los estímulos de la lectura y a todo saber transmitido por la cultura escrita, marcado durante toda su vida por una fuerte atrofia cultural. Comenta Sartori, que la nueva cultura de la imagen se autoelogia falsamente, en afirmar que la cultura escrita es elitista, solo para unos pocos y, la audiovisual es una cultura para la mayoría de la población. Posiblemente el problema es que la nueva cultura es más bien una incultura o ignorancia.

Está claro, que el gran avance de nuestra cultura escrita es su capacidad de abstracción, donde muchas de nuestras palabras desarrolladas por la ciencia y el pensamiento durante muchos años, no se pueden traducir en imágenes. Pongamos ejemplos, palabras como democracia, justicia, solidaridad, libertad, igualdad, derecho, etc., no tienen su traducción en imágenes. Toda la vida de un ciudadano en nuestras democracias, se fundamenta fundamentalmente en el pensamiento conceptual y abstracto. Pero la televisión produce imágenes y anula los conceptos, atrofiando la capacidad de abstracción de muchos jóvenes adictos a la imagen desde niños y con ello, la capacidad de entender.

En los centros educativos todas las áreas de humanidades, muchas de ellas se fundamentan en el pensamiento abstracto, se han convertido en una pesadilla para muchos alumnos, cuando hace unos años eran asignaturas fáciles de asimilar. La atrofia conceptual provocada por la nueva "paideia visual", está creando un lenguaje perceptivo y concreto que es sustancialmente más pobre, no solo en palabras, sino en cuanto a riqueza de significado.

Este nuevo hombre-niño, es un ser cómodo y funcional para el poder. Su saber fragmentado le impide tener una visión global de la sociedad y quien no comprende la realidad, difícilmente podrá transformarla. Es una forma silenciosa de ajuste interior del individuo, consiguiendo implantar una dependencia tecnológica por medio del placer. La televisión entretiene, relaja y divierte, invadiendo nuestra vida y la de nuestros hijos. Con ello tenemos a toda una serie de espectadores pasivos produciendo una pérdida de lo político, una masa de individuos aislados, donde se va constituyendo un espacio público digitalizado y con un discurso tremendamente empobrecido. Un poder que usa de forma abusiva la imagen, nos encarcela y nos hace poco libres y, sin un saber político, tan necesario para nuestra vida y convivencia, nos empobrece.

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