Las superpotencias que se reúnen en Biarritz con todo lujo y a todo tren, invitadas, protegidas, llevadas y traídas por los impuestos de todos y cada uno de los ciudadanos


OPINIóN
Actualizado 24/08/2019
Ángel González Quesada

No en una ciudad cualquiera, sino en el mismo centro vacacional europeo, junto a la jetset y los blancos yates de los jeques árabes, en un lugar donde solo veranean los más ricos, Biarritz, la perla francesa del ocio, se reúnen en los tres próximos días los dueños de la Tierra, los mandamases de Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Japón, el G7, los siete países que a base de imposición, dinero, desprecio, fuerza bruta, chantaje y cloaca, dictan la vida de miles de millones de personas y diseñan y aplican los niveles de la miseria, la geopolítica del hambre, los sitios del sufrimiento, el derecho a la vida y del sendero a la muerte de millones y millones de mujeres, hombres, niños, comunidades y países enteros, y que imponen al mundo el credo de la estabilización de la usura, la liberalización de las ganancias y la privatización de los derechos, en una forma monetarista del precio sobre cualquier otra consideración.

A la vista de las medidas de seguridad, control, vigilancia y aislamiento que para proteger a los próceres de los mismos ciudadanos por los que dicen trabajar, se produce estos días en la vacacional ciudad francesa y aun en otras en muchos kilómetros alrededor una situación similar al estado de sitio o de excepción con la prohibición de ir por la calle, manifestarse o acceder a los lugares comunales, conviviendo quienes todavía se atreven a asomarse a una esquina con una movilización policial tan enorme que oyendo las declaraciones públicas de estos mandamases, que aseguran que sus desvelos van encaminados a favorecer al pueblo, pasarían por un mal chiste si no fuesen un doloroso sarcasmo en un mundo cada vez más alejado de estos fabricantes de billetes.

Las superpotencias que se reúnen en Biarritz con todo lujo y a todo tren, invitadas, protegidas, llevadas y traídas por los impuestos de todos y cada uno de los ciudadanos de esos y otros muchos países (entre ellos el nuestro), tienen todas, con la excepción de Canadá, una historia supremacista de dominio de países durante siglos, un pasado imperial de imposición, esclavización y sometimiento de pueblos enteros y un comportamiento colonial de aprovechamiento ilegal, robo y rapiña de recursos en países en desarrollo y todos, salvo Japón, son, además, miembros de la OTAN, una organización militar y militarista creada con los impuestos de la ciudadanía para, precisamente, proteger ese particular modo de globalización empobrecedor de la gente con que estos siete construyen un cada vez más falso remedo de porvenir. Al tiempo, el Mediterráneo se llena de cadáveres de habitantes de esas antiguas colonias, las cancillerías rebosan indignidad y la vergüenza de los europeos, o la falta de ella, alcanza, respecto a la situación en África, cotas insignificantes.

La reunión de este G7 cada vez más anacrónico en un mundo en el que la pobreza ya asalta costas, mercados y orillas en todo el mundo, y que en breve devorará a los siete o los setenta que sigan ignorándola se produce, además, cuando las primeras y muy serias señales de otra inminente crisis económica, es decir, de otra ola de miseria, amenaza de nuevo un mundo ya hambriento (el 14 de agosto, Wall Street experimentó su mayor caída desde principios de año).

Todos, cada uno de estos siete espectros de lo que era un dirigente político, tiene una explicación para simular que no existe esta descomposición acelerada del antiguo orden económico: Brexit, Rusia, Amazonía... y otros monigotes de la autoabsolución que sientan junto a ellos para no hablar de la vida de vivir. Por eso en Biarritz, al sol vacacional del tranquilo mar azul de los millonarios, después de la foto de familia, acariciados por el vientecillo casi otoñal que dora también la piel de los injustos, los Siete parirán un documento de ampulosas declaraciones de intenciones que será, como siempre, papel mojado. Con nuestras lágrimas.

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