Estamos en el corazón de agosto. Los días vacacionales van transcurriendo entre la euforia y excitación por el regreso al paraíso rural y originario del que se procede, así como con ese reencuentro con el mundo de la raíz, al que se vuelve por unos días que se quisieran eternos.
Agosto es como un paraíso efímero. Cada cual tiene el suyo. Nuestros pueblos se vuelven a llenar de gente y parece que recuperaran su edad de oro, la de aquellos momentos ?aún a mitad del siglo pasado, en que ya comenzaba a producirse la mordedura de la emigración? en que aún estaban humanizados, poblados de vecinos, de familias numerosísimas.
Porque, enseguida ?ya los años sesenta fueron la debacle del mundo rural, de la agonía de la cultura campesina?, comenzó a deshincharse la burbuja de nuestros pueblos ?disculpas, por utilizar una expresión actual, que nos condujo a la crisis que padecemos, en tantos sentidos?, hasta llegar a esta España vacía y vaciada ?otro sintagma en boga hoy? que padecemos.
Cuando, para realizar nuestro trabajo de campo, en busca de tradiciones orales y de tomarle el pulso a lo que aún queda de vida campesina, vamos recorriendo los pueblos en este agosto, advertimos bandadas de adolescentes, de adultos eufóricos, de corros practicando juegos franceses (como la petanca), síntoma de emigración al país galo, de piscinas ?y chiringuitos a ellas anejos? atestadas de bañistas? Y acude a nosotros esa imagen de nuestros pueblos, en el corazón de agosto, como paraísos efímeros.
Vendrá enseguida septiembre y traerá la depresión de los que se quedan. Pues nuestros pueblos entonces se vuelven a quedar sin gentes, sin ese elemento humano que hace que todo cobre vida y sentido. Y es que los pueblos, nuestros pueblos, están quedando para eso, para los momentos vacacionales, para cargar las pilas, tras las saturaciones y la extenuación que trae consigo la vida urbana. Diríamos que funcionan como terapia colectiva.
Pues el mundo del origen, la tierra de la que se procede y de la que se es originario, es algo que todos los seres humanos necesitamos, para evitar o, al menos, paliar en lo posible, esa orfandad que tantas veces sentimos en el transcurso de nuestro existir.
Son días de tractores amarillos, de bailoteos, de fiestas patronales, de euforias, de locuras?, en definitiva, de espejismos. Pues todos terminaremos siendo arrojados a las playas de septiembre, a la resaca de la normalidad, para irla subiendo y asumiendo, como cuesta dificultosa que es, a modo de Sísifos que han de transportar un pesado fardo a sus espaldas hasta colocarlo en la cúspide, para que luego vuelva a caer, a rodar?
En espera, de nuevo, de otro agosto que nos devuelva la ilusión de esos paraísos efímeros ?que quisiéramos, ay, perennes y eternos? que tanto necesitamos para ir tirando, como indica otra expresión que todos hemos pronunciado en algún momento.
José Luis Puerto