Por más que queramos, el verano se nos ha echado encima, con sus cifras abrasadoras, sus pegajosos bochornos, sus bebidas frescas para combatir los sudores, sus climas rebajados a base de chorros de frío en la garganta que se empeñan en dejarnos artificialmente destemplados.
Últimamente la calidez, en la temperatura justa, me la da la música y la voz de George Michael, entre otros, porque esas laringes que, tan bien, nos cuentan cosas, y esos ritmos, nos colocan el corazón en ese lugar que conecta, como yo digo, con el infinito. Sabia música, siempre savia.
Y, como quien no quiere la cosa, entre Miss Sarajevo y A different corner va el alma (al menos la mía) planeando por este bello firmamento lleno de brillantes nubes que pasean su blancura por el azul intenso.
Hoy caminaba a tomar café con una gran amiga (permanente, eterna, como el cielo, siempre ahí), e iba pensando qué placer, los sentidos, poder disfrutar de cada una de las cosas que tenemos la capacidad de percibir, qué lujo ser conscientes de tanto como podemos escuchar. Hoy ha sido un helicóptero lejano al cruzar un semáforo, el patinete de un niño deslizándose sobre los cuadraditos de las baldosas, el estornudo de un señor mayor, el tono de un móvil, un coche que se acerca a gran velocidad, el zumbido de los radios de una bici, los trinos de los pájaros, el rastrillo del jardinero sobre el camino de arena, las sillas de la terraza colocándose alrededor de la mesa? una conversación en inglés, unas risas, un ¡cuidado! de una madre a su hijo pequeño antes de cruzar, el hablar a gritos de unas adolescentes, los besos en la boca de una pareja? No importaba ver las imágenes, bastaba con escucharlas, con prestar atención a cada uno de esos sonidos de vida, e imaginar. Imaginar cómo serán sus caras, su estatura, los colores de sus ropas? Imaginar los sueños sobre las ruedas de esa bici que no ves.
A veces me resulta muy complicado frenar el tiempo, en ocasiones puede convertirse en una obsesión, porque de pronto tiene unas alas potentes y se vuelve, como los trenes, de alta velocidad. Y es cuando realmente escucho lo que oigo, cuando más presto atención a este sentido del oído, cuando parece que puedo parar el tiempo en un paseo, entre dos nubes desdibujadas, tarareando mi cerebro la voz de Norah Jones (Come away with me), Van Morrison, Tracy Chapman, Randy Crawford, Lucie Silvas, Sarah Vaughan? Y tantos otros -la lista es larga- que forman parte de nuestro ADN de tanto escuchar y disfrutarlos.
Y parece que hago magia, que tengo la potestad de parar los relojes, de vaciarlos de minúsculos segundos que al final se suman, y quedan semiencapsulados, como agua cristalizada, en mi cesta de mimbre.