OPINIóN
Actualizado 04/08/2019
José Luis Puerto

Pese a que tantas cerrazones traten de ponerle puertas al campo, vivimos en un tiempo de mestizajes, de intercambios humanos de todo tipo. Y, siempre, pese a todas las cerrazones, estamos abiertos a los otros y a lo otro.

Ya desde antiguo, el ser humano ha viajado, por múltiples motivos, uno de ellos ?y no el menor? es el de la curiosidad por el más allá. Porque el mito del 'finis terrae' nos ha aterrorizado siempre. Y hemos tratado de acceder, de descubrir, de conocer la 'terra incognita'.

La experiencia de nuestros viajes se ha plasmado, desde los antiguos griegos, y todavía antes, a través de escritos y de libros que plasman las experiencias de los viajeros, ese descubrimiento de la 'terra incognita' y lo que hay en ella, ese descubrimiento de los otros y de sus lugares, ciudades, tradiciones, costumbres, recursos y riquezas, de su religiosidad? y, en fin, de todo lo que es la vida de los otros.

El viajero es el 'viator' que recorre la vía, el camino y el que, a lo largo del mismo, ?como pidiera Constantino Cavafis, en su bellísimo y simbólico poema "Viaje a Ítaca"? vive el existir como aventura y como experiencia que le sirve para forjarse a sí mismo y para hacerse una idea del mundo.

El que viaja sigue, ante todo, un camino, una ruta. Y, si es observador, cuenta sus experiencias a lo largo de ellos. Sus encuentros, aventuras, andanzas, descubrimientos. De ahí esa fascinación que nos despiertan los libros de viajes, cuando, de verdad, quienes los escriben son viajeros.

Porque el viaje es, ante todo y sobre todo, una aventura del espíritu. En este sentido, existen algunos libros ejemplares, verdaderas obras maestras que nos plasman viajes, en los que advertimos que quienes los han realizado están viviendo el existir como una aventura del espíritu. Uno de tales libros, paradigma de lo que decimos, es el del británico Colin Thubron por el Tibet, delicioso, verdadera obra maestra.

Hoy, desgraciadamente, el viaje es menos una aventura que un acto programado y con una organización previa que no deja nada al azar y en el que todo está asegurado: el transporte, los alojamientos, las visitas, la manutención? y todos los demás detalles.

De ahí que la figura del turista y depredador de ciudades, de monumentos, de parajes naturales privilegiados?, sea la que se haya impuesto ya desde hace años. Porque el viaje se ha transformado en un acto de consumo y de beneficio para las empresas que lo organizan y que intervienen en su ejecución.

Tal dinámica está generando no pocos problemas, por ejemplo, en las grandes ciudades visitadas, con la aglomeración en sus centros urbanos e históricos y la degradación de los mismos; con la aparición del negocio de pisos para turistas, con lo que ha traído de encarecimiento de la vivienda; y otros problemas de los que los medios de comunicación nos hablan a diario.

Desgraciadamente, por tal dinámica, está desapareciendo la figura del viajero y masificándose la del turista y depredador de países, ciudades, paisajes, monumentos, museos? y todos los recursos de que disponen los otros.

El verano es tiempo propicio para los viajes. Recuperar la figura del viajero y ser más respetuosos con aquellos lugares por los que viajamos debería de ser una asignatura pendiente.

La tierra es de todos y no la podemos degradar por ese hedonismo del bienestar que nos hemos impuesto, desde hace tiempo, como lema.

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