OPINIóN
Actualizado 29/07/2019
Antonio Matilla

Fue bonito mientras duró, pero duró poco. No me refiero al matrimonio que n he contraído, ni al dinero de la Lotería, que nunca me ha tocado, entre otras razones porque nunca juego salvo en Navidad. Se trata de mis vacaciones, repartidas entre El Castañar, -demasiado caliente este año, no sé si porque llegaba yo y me hicieron un caluroso recibimiento, o se debe al calentamiento global- y Vilafortuny, donde mis hermanas, sobrinos y sobrinos nietos se lo pasan bomba desde hace muchos años entre la playa, la piscina, la Naturaleza y los juegos infantiles o adolescentes, que los niños están dejando de serlo muy deprisa y algunos son ya adultos?ventajas de tener una familia amplia y ampliada gracias a los matrimonios hasta tejer una red que va de California a Zamora pasando por Reus, Madrid, Valladolid, Leeds, Getafe y ¡cómo no! Salamanca. Algo así debe ser eso de la globalización positiva, que de la otra también hay.

En fin, terminadas las mini vacaciones, me encuentro al volver que unos fragmentos minúsculos, apenas arena blanca, del mortero utilizado en la reforma dirigida por el arquitecto salmantino Jerónimo García de Quiñones en 1772, se han desprendido y "cantan" sobre la impoluta pizarra negra encerada del presbiterio de la iglesia de San Martín, la iglesia más antigua que se mantiene en pie en la ciudad, junto con el templo viejo de la Catedral. Esto me recuerda que, en breves semanas va a empezar la obra de consolidación de la estructura del templo, combada y desviada desde su fundación, pero que hay que asegurar para que no peligre en el futuro.

Por desgracia esa importante obra no va a entrar en los detalles del interior del templo que necesita limpieza, restauración y embellecimiento para el que no vamos a contar, de momento, con la ayuda del Estado, o sea, de la Junta de Castilla y León, de modo que, si la Administración autonómica no cambia de criterio, si la parroquia o la diócesis no lo remedian, si los turistas no son generosos pagando su entradita, las manchas de humedad que fue y ya no es seguirán en las bóvedas, los sepulcros no podrán limpiarse, la escalera de Juan de Álava no se rescatará, el baldaquino procesional recientemente redescubierto seguirá esperando mejor ocasión, las pinturas y esculturas suspirarán por un tratamiento adecuado siempre costoso, las grandes ventanas mantendrán el aislamiento que tenían en el Siglo XVIII, o sea, escasísimo, los retablos de madera tendrían que recibir tratamiento urgente contra los xilófagos?

A la iglesia de San Martín podríamos decir que la ha mirado un tuerto, o que el párroco, o sea yo, es amigo entrañable de Murphy, porque la crisis económica privó hace años a este Bien de Interés Cultural de la necesaria reforma en profundidad. Ahora se va a ejecutar, esperemos, una obra importante, pero que en nada o casi nada va a resultar para su embellecimiento. No es un monumento tan famoso como la catedral, pero sí igual de antiguo, es más antiguo que la Universidad y más céntrico que la Plaza Mayor, pues el descampado irregular y enorme que había en torno a San Martín de la plaza en su fundación, acabó siendo el nuevo centro de la ciudad, expandida desde el Sur, desde la catedral, hacia el Norte, hacia lo que acabaría por ser nuestra maravillosa Plaza Mayor. Es como si la ciudad lo hubiera fagocitado, engullido, hasta el punto de que los políticos responsables de la gestión del Patrimonio y la propia Sociedad salmantina hemos acabado por practicar el refrán de "ojos que no ven, corazón que no siente". Y es que, como San Martín no se ve, no hay que ocuparse de él. Hasta que se caiga. ¡Ah, no! que eso se va a evitar con la gran obra que, parece, comenzará el próximo septiembre?

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