OPINIóN
Actualizado 28/07/2019
José Luis Puerto

Uno de estos días veraniegos, aprovechando la fresca del primer momento de la mañana, en que callejeaba por el centro de la ciudad, de repente, me vi envuelto en una maraña de repartidores, que, con sus camiones y furgonetas, distribuían bebidas, tanques de cerveza, alimentos y otras mercancías por el estilo a bares, cafeterías, tiendas y otros establecimientos de diversos ramos.

Acudió a mi memoria, enseguida, como pequeño homenaje silencioso que yo podía hacer a todos estos sufridos ciudadanos, que se sacrifican profesionalmente por el bienestar de todos, una breve secuencia de esa hermosa prosa barojiana del "Elogio sentimental del acordeón", inserta en la novela titulada 'Paradox, rey' (1906), que alude a "las amarguras de todos los hombres uniformados con el traje azul sufrido y pobre del trabajo."

Ese traje azul sufrido y pobre del trabajo ?simbólicamente? es el que llevaban, el que cada día llevan, los repartidores con los que yo compartía el espacio urbano del primer momento de la mañana. Y sentía cómo el bienestar de los que pueden disfrutarlo se asienta, en no pocas ocasiones, sobre el malestar de los que, a lo mejor, no tienen recursos para sentarse en una terraza y tomarse una cerveza o un refresco, como acaso les ocurrirá a algunos de estos repartidores, que, mañana tras mañana, se afanan para que los ciudadanos lo tengan todo a punto.

Rainer María Rilke, en el segundo poema de su bellísima "Trilogía española", nos habla del repartidor de alimentos, que los portea a una casa en la que se ha de celebrar un banquete, y se pregunta, mientras soporta sobre sus hombros la carga que por qué él se halla excluido del banquete. Es un banquete simbólico, claro. Ese banquete del mundo del que algunos gozan sin cesar y de continuo y del que otros parecen estar excluidos de modo sistemático.

Y, en la mañana de uno de estos días pasados, mientras caminábamos por la ciudad y nos cruzábamos y encontrábamos de continuo con los repartidores, nos hacíamos estas reflexiones ensimismadas y silenciosas.

Reflexiones que ahora verbalizamos y hacemos públicas, y que ?al modo barojiano? queremos que sean un pequeño homenaje y expresión de gratitud a "todos los hombres [y mujeres] uniformados con el traje azul sufrido y pobre del trabajo", con los que nos cruzamos y encontramos día a día, y en los que, en tantas ocasiones, apenas reparamos, cuando tanto contribuyen al bienestar de todos.

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