OPINIóN
Actualizado 26/07/2019
Juan Robles

Un país ciertamente diferente, aunque deseoso de integrarse plenamente en Europa

En estos días he tenido la gran suerte de viajar a Polonia por primera vez, con motivo de la asistencia a un congreso organizado por la IEF, Asociación Ecuménica Internacional. Ya tenía yo la impresión de que me iba a encontrar con algo nuevo y diferente de lo que conocemos ordinariamente por estos lares europeo-occidentales.

Pero las impresiones han sido mucho más llamativas de lo que yo podía esperar. Es verdad que Polonia es Europa. De hecho está integrada en la Unión Europea. Pero la forma de vida y las manifestaciones económicas, sociales y religiosas son muy diferentes de lo que habitualmente conocemos. Y, sin embargo, da la impresión de que la situación económica, humana y cultural funciona, y que se está desarrollando en un país que es joven y cuenta con muchos jóvenes comprometidos en la tarea común del país en un proceso de crecimiento y de integración en la línea de desarrollo del resto de países europeos. Y eso que Polonia aún no está integrada en el común funcionamiento del euro.

Polonia es un país de autonomía reciente como estado. De hecho tiene reconocida esa autonomía desde mediados del siglo pasado, a partir de la segunda guerra mundial. Aunque todavía siguió bajo el dominio y las imposiciones del bloque político que estaba bajo el régimen soviético. Muchas manifestaciones son todavía, y se puede observar fácilmente en las zonas cuyas construcciones acusan estilos propios de la influencia soviética, son, digo, de estilo próximo a las condiciones de sometimiento al régimen comunista.

También quedan rastros de los dominios exteriores de la Alemania hitleriana, o de las dominaciones austríaca, prusiana o ucraniana. Pero se observa un esfuerzo notable de lucha por la recuperación de su identidad como país, teniendo muy presente su historia, que relatan con satisfacción y hasta entusiasmo. Incluso tienen asumida la fuerte presencia e influencia de un mundo judío fuerte y poderoso que, sin embargo, ha tenido que pasar por continuas incomprensiones y persecuciones a lo largo de toda su historia de presencia y actividad, unas veces de forma más o menos integrada, o reducidos a diferentes guetos en otras ocasiones.

A partir de la caída del muro de Berlín, Polonia ha comenzado con esfuerzo la recuperación social, cultural, económica (con gran influencia de un mundo rural rico y desarrollado), pero también con una fuerte recuperación religiosa. No debemos olvidar que para entonces el Papa polaco Juan Pablo II ya estaba liderando con su estilo propio el gobierno de la Iglesia católica mundial y, por supuesto, con presencia moral, y a veces personal, en los diferentes viajes a su querida patria.

Y también está presente y actúa la espiritualidad de la famosa monja sor Faustina Kovalska, introductora del fenómeno de la devoción a la Divina Misericordia, también potenciada por su paisano Juan Pablo II, que señaló como día de fiesta de esta devoción el primer domingo después de la Pascua.

En las prácticas religiosas se nota una fuerte participación de gran parte de los polacos, incluidos los jóvenes y las familias.

Hay que tener en cuenta que la sociedad polaca procede del mundo oriental, concretamente eslavo, lo que influye en el idioma, en la religión y en los modos de pensamiento bastante alejados del mundo occidental.

Y se nota, sin embargo, un esfuerzo de adaptación a los estilos económicos, sociales y culturales del mundo occidental.

Da la impresión de que la forma peculiar de ser de Polonia debe crear sus dificultades y tensiones en la forma de funcionar de la Unión Europea, que exige en la mayor parte de las decisiones el acuerdo unánime de todos los estados integrados.

Pero, por otro lado, es claro que esta comunidad polaca, como otras del mundo oriental, pueden aportar riquezas especiales propias de sus tradiciones y cultura de carácter netamente oriental.

En definitiva, en los pocos días que llevo en Polonia, tengo la impresión de que éste es un país ciertamente diferente, aunque deseoso de integrarse plenamente en Europa, pero con el mantenimiento y posible desarrollo de su propia identidad. Y, siendo un país importante y de bastante peso por habitantes, economía y cultura, puede ser para otros países orientales hasta testigo y modelo de una ejemplar integración y convivencia en Europa.

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