Las sirenas dicen que te tires al mar, a lo inmenso. Que te arrojes en lo cambiante y lo onírico. Que te olvides de volver a casa a buscar lo de siempre. Y te atraen porque de verdad se enamoran de ti. Como la ondina de La Motte Fouqué. Como la xacia medio acuática de mi pueblo en Galicia. Y a veces se sacrifican como la sirena de Copenhague según Andersen porque quieren estar contigo. Porque lo grande se enamora realmente de ti. Lo que pasa es que Ulises era un burgués desconfiado.
Caminé desde Nyhawn por la calle Bredgade hacia el norte de Copenhague. Bordeé el palacio Amaliemborg, y torcí por Esplanaden hasta el embarcadero. Fui bordeando la Ciudadela en forma de estrella y me acerqué a la Sirena. Está encima de una roca golpeada por las olas, me senté allí mirándola y estuvimos hablando. Recordé que otra vez había visto la sirena y un tipo que viajaba conmigo se burlaba de ella, la consideraba un tópico cursi. Pero a mí me gustaba Andersen y no me parecía cursi.
Ahora me puse a hablar conmigo mismo como si estuviese inspirado y dije: "Esa sirena es Europa. Ha querido hacerse una casa ordenada, pero de todos modos quiere como Verne hacer viajes y bajar al fondo del mar y conocer a seres extraordinarios. Para nosotros los europeos los monstruos siempre son malos pero de todos modos estamos fascinados por ellos, los vampiros, las serpientes que sujetan los techos de las iglesias de Bretaña, el dragón cuya sangre bebe Sigfrido y le permite comprender a los pájaros. Y Dinamarca es tan pequeña pero con su sirena se dirige al mundo entero. También Rimbaud quería la charca de Europa pero luego quería regresar al barco ebrio. Y al estudiante Anselmo en "El puchero de oro" le estremece la mujer serpiente pero la ama. Y allí sobre la roca la sirena se torcía para mirar el mar y yo la amaba.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR