OPINIóN
Actualizado 17/07/2019
José Amador Martín

He sentido hoy como la noche golpea con insistencia mi espíritu, quizá el viento silabea en su susurro mi nombre o acaso es el destino quien llama a mi puerta, los años de historia pesan sobre nuestras almas, como herederos de una ciudad de magia y de luz, donde el juego de las sombras oscurece la noche y nos hace invisibles. Quizá es ese deseo incuestionable de volver al origen y conocer un pasado que arde en el misterio de la tarde cuando las luces traspasan las figuras de los parques y un horizonte rojo trae el sentimiento cercano de este mundo que cada día se baña en la sangre de los hombres.

Salamanca está unida a la magia, a la luz, a las voces que ahogadas cubren las vaguadas entre los cerros donde se fraguó su historia y la historia cruenta de aquella destrucción que la dejó diezmada de templos, palacios y torres. y quizá nunca sabremos porqué viene en estos días a la memoria

Puede ser porque la ciudad que llevamos dentro nos alienta y nos salva y es la ciudad del alma. La ciudad que nos habita en cada calle, en el resplandor de los pasos, al temple de la luz, con la que todo se va configurando hasta tallar nuestra historia: sus columnas, sus puertas. Y, sobre todo, el espíritu.

Esta ciudad tiene muchos nombres, de personajes que la hicieron universal y eterna entre las ciudades del mundo, en sus aulas se fraguaron muchas historias, en sus calles muchas más, en su magia historias imposibles de encantamientos nacidos de la sabiduría que la condujeron a la diablura, pues de las inquisiciones metafísicas y especulativas también nacieron, en toda su historia, aprendices de brujo.

Por esto en la ciudad del Saber, existió también una cátedra de ciencia demonológica y brujeril. (Recordada en las aventuras del Marqués de Villena, en la Cueva de Salamanca). Así pues a la ciudad aérea de torres sagradas y de agujas apuntando hacia lo sublime, hacia el cielo, se le opone la ciudad subterránea, cruzada por pasadizos, cuevas y corrientes de agua, profundidad tenebrosa; ambas ciudades se hacen metáfora de la Ciudad, teologal, filósofa y cristiana y la agazapada en las ciencias profundas y misteriosas nacidas del espíritu humano de los doctores Faustos con su origen en la soberbia del hombre: adivinación y quiromancia, en una palabra nigromancia que a todos abarca.

Hoy viene a la memoria de esta ciudad el sentido interior, inducido por la noche, por el espíritu que todos llevamos dentro de los recuerdos de lo no vivido y aprendido en los muros ennegrecidos de sus ruinas.

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