Lo políticamente correcto no es inmutable. Y menos entre los progres.
En los últimos años del franquismo, lo que molaba era estar a la izquierda del Partido Comunista, de cuyos militantes se decía con desdén que eran "socialburgueses". Muchos de aquellos radicales, más maoístas que Mao, al cabo de unos años cambiaron la revolución por las prédicas y la palabrería de la "new age", es decir, del moderno espiritualismo sin un Dios convencional al uso.
Seguramente les decepcionaron los sucesivos resultados electorales de la recién estrenada "democracia burguesa", tras la dictadura de Franco. Primero ganó la UCD de Adolfo Suárez y luego arrasó un socialismo para ellos "de boquilla", que no había hecho nada durante el antiguo régimen ni esperaban que lo hiciera en el nuevo. Las masas, pues, se habían equivocado, así que los progres se refugiaron en el amor libre y otras holganzas.
Al cabo de unos años, también aquello pasó de moda. Coincidió con la paulatina desaparición de las calles de los hare krishna con sus cráneos rapados y sus mantras melódicos. Algunos dobles tránsfugas prefirieron entonces hacerse yuppies y amasar dinero o, al menos, intentarlo: "ganar dinero no es pecado", fue uno de sus nuevos mantras.
Ahora tampoco eso es ya de recibo, a no ser que milites en uno de los nuevos partidos de izquierda y cobres por ser concejal, asesor, miembro de un comité, diputado, consejero u otra forma de encubrir el enriquecimiento sin dar demasiado golpe. Ahora se llevan nuevos mantras, desde el me too al LGTBI, pasando por ONGs verdaderas o fingidas, movimientos okupas, defensa de manteros u otros colectivos, solidaridad con los chalecos amarillos, los refugiados de no sé dónde (andamos escasos de conocimientos geográficos) o lo que se tercie.
Son los nuevos tiempos de lo políticamente correcto, aunque luego se descubra lo turbio de algunas asociaciones, la falsedad de sus dirigentes o los actos delictivos de algunos de sus miembros.
Por eso no deben angustiarse quienes se sientan al margen de esta movida ideológica actual, quienes se crean excluidos por no corear algunas de sus consignas, quienes formulen su progresismo de otra manera. Ellos, quizá, son unos adelantados a su tiempo y están practicando ya lo que será políticamente correcto a la vuelta de la esquina. Y es que, amigos míos, la corrección política ya hemos visto que no es inmutable, sino cambiante, oportunista y siempre dispuesta a subirse al último tren que pasa por ahí.