Rossellini se preguntaba si hay que mirar las cosas como son o correr detrás de los sueños. Yo me he pasado mi tiempo haciendo las dos cosas, porque quieras o no quieras, es la vida la que manda. Lo demás es un concepto sacrílego y falso, una catarata de mentiras que quizás borre esa refundación social, moral y política que, si llega antes de que yo cierre los ojos es de la mano de las mujeres y su ira. Aclaro, por si no se me ha entendido, que soy feminista porque no entiendo que se pueda ser otra cosa.
Es mentira que el agua sea gratis e inagotable. Esto lo saben muy bien los pueblos ribereños de la cabecera del Tajo -el gran río, con el Ebro- de España, que ven cómo cada trimestre se incumple la Ley de Aguas donde primero está el abastecimiento a la población, en segundo lugar la agricultura, y en tercero los usos recreativos. Se trasvasa agua para los tomates mientras que ellos tienen que esperar los camiones cisterna. Pasan sed teniendo agua. Y la falacia da la cara cuando los partidos políticos defienden lo mismo y lo contrario según donde esté su semillero de votos. Claramente: dicen una cosa en Castilla-La Mancha y todo lo contrario en Murcia, Valencia, Alicante o Almería. Con lo fácil que sería ejercer la honestidad y agua que no has de beber, déjala correr. La política es el noble oficio de resolver lo social. El agua es sólo un ejemplo de que, si esto se invierte, estamos ante una mentira.
Es mentira que Cristina Narbona borrase el Plan Hidrológico Nacional. La ministra del PSOE solamente sustituyó un artículo (el del trasvase del Ebro), por otro que contemplaba una planificación hidrológica pensando en la manera en que Canarias O Israel -que acudió a técnicos españoles- evitaron la sed.
Es mentira el peligro de las pensiones en España. Un país que tiene recursos para poner en marcha por 56.000 millones de euros un tren de alta velocidad entre dos ciudades unidas ya por una hora de autovía, no puede vender la mentira de falta de dinero. La política se vuelve también una mentira cuando todos los partidos alcanzan un acuerdo y en el minuto final uno de ellos se levanta y no firma porque se avecinan elecciones. Una vez más predomina el rédito político sobre una cuestión de Estado.
Es mentira que los pensionistas sean unos privilegiados. La mayoría no sólo se paga sus propias pensiones, sino que con el régimen fiscal que le aplica brutalmente cada gobierno, siguen contribuyendo a pagar el sueldo de sanitarios y docentes, por ejemplo. En este sentido de las retenciones tributarias no hay ninguna diferencia entre un trabajador en activo y un pensionista que, después de aportar durante 50 años a las arcas del Estado la parte que le tocaba, sigue haciéndolo desde su vejez pasiva. Y ya puestos ¿Por qué las pensiones públicas tienen que depender solamente de las cotizaciones de trabajadores y empresarios, y no están como un punto más en los Presupuestos Generales donde sí figuran la casa real, la iglesia católica, y hasta seis administraciones públicas para gobernar un país al que le sobra más de la mitad de la clase política?
Por eso es mentira también que la sanidad y la educación pública españolas sean gratuitas. Los ciudadanos sólo dejan de aportar dinero para estos dos pilares fundamentales del país, cuando se mueren.
Es mentira que en este país se hayan acabado las clases sociales. Únicamente cambian las caras en un trasvase que va de la favela peninsular a la aristocracia no sólo oratoria de los emergentes. En el fondo, todos quieren ser Tamara Falcó, y en cuanto pueden, se convierten en Tamara Falcó. Hasta la cajera de Carrefour que se llama Libertad quisiera llamarse Tamara Falcó y no estar tantas horas cobrando menudencias, sino haciendo ejercicios espirituales con un torero guapo.
Es mentira que los pueblos hayan sido siempre remansos con aljibes para que se mezan los rostros de las gitanas. El machismo ha remitido pero la paz empieza nunca cuando sólo han pasado sesenta años o así de una organización de la familia piramidal donde el padre y los hermanos mayores tenían derecho a ejercer un abuso de poder no sólo psicológico sino físico sobre las mujeres, en nombre de su oficio de guardianes de la moral.
A quinientos kilómetros de la vida, el cerrilismo se cobró sus presas. Cuántos amores muertos por culpa de un feudalismo varón, cuántas historias que pudieron existir fueron extirpadas por una intolerancia del hombre, capitán de sí mismo y de una estirpe, cuanta arrogancia pastoreando microcosmos sanguíneos que llevaron a la danza sagrada de la infelicidad.
Demasiadas mentiras para que tenga sitio la inocencia. Y también son las mujeres quienes han recuperado los pueblos y la sociedad para la vida. Esto es una verdad como la copa de un pino de Gredos. Por ellas empezó quizás la redención de tantas mentiras.