Hay una España negra, una España rosa y una España de colorines que festeja y hace suya la calle con esa alegría coral y plena que ningún alcalde, por muy sobrio y nostálgico que sea, puede poner freno. Porque lo valemos, porque las cosas han cambiado, porque Chueca es una realidad ya consolidada y porque somos capaces de entender con normalidad lo que hace unos años era una aberración sin límites. A la España de colorines quizás le sobre pluma, pero para gustos son las carrozas y hasta las carreras de taconitos. Una puede ser alérgica a tanta lentejuela y a tanto tanga en el Orgullo, pero orgullo es que lo celebremos con esa normalidad donde no caben cerrazones. Al calor y al sabor del Orgullo se arriman las empresas, se mueve el dinero de profesionales muy bien pagados y hedonistas en el disfrute de lo suyo y naturalmente, los partidos buscan un nicho LGTB aunque sea a empujones. Y de empujones va la cosa, porque en una fiesta inclusiva y normalizada, ponerle vetos a alguien debería estar prohibido.
Uno no sabe si es convicción u oportunismo, pero ahí va la carroza del partido político a hacerse no se sabe si la foto o el paseíllo, cuando el personal se pone a protestar y tiene que salir la cuadrilla escoltada por la guardia civil como en las malas corridas. Uno se pregunta cómo nos ponemos tan exquisitos cuando hablamos de una fiesta abierta a todo, pero otro reflexiona como Errejón ?quien nos está saliendo un tipo bastante solvente en su calidad de oposición mesurada- que si uno pacta con un partido homófobo, lo más normal es que te piten cuando se apuntes a una mani de colorines. Vamos, que no puedes estar en misa y repicando, pero derecho a repicar, vaya que si tienes y la calle es de todos y el derecho a manifestarse, también.
Somos uno y el contrario. Sociedad que no sabe hablar las cosas si no es a gritos ni pactar sin repartir. Aquí lo del bien común es lo más inusual y Madrid Central se va al garete no porque funcione mal, sino no que es un logro del gobierno anterior y una medida que le viene fatal a unos cuantos de los que más mandan. Madrid es la capital de un país cuyas ciudades pequeñas, monumentales y recoletas, le han cerrado hace tiempo el centro al tráfico rodado con excelentes resultados. Madrid es otra cosa, sí, pero para disfrutarla, vivirla, darle aún más alicientes turísticos, nada mejor que mandar a los coches por ahí fuera y ganar la calle. Esa calle que los colorines han conquistado con creces para que el Orgullo no sea solo una fiesta anual, sino un sentimiento sentido y profundo. Orgullo de cambio. Sin embargo, esto del centro peatonal parece que hay que tirarlo porque lleva el sello de Carmena. Carmena es el enemigo a batir y da igual que la medida sea un hallazgo. Hay una España negra, otra rosa, otra de colorines y otra que sencillamente estúpida tenga el color político que tenga, oiga. Y así nos va.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez.