OPINIóN
Actualizado 09/07/2019
Redacción

Montse Terceiro ( Grupo de baile flamenco Azabache) es la gran dama del baile flamenco de Salamanca. Señora de arte lujoso cuyo poderío enduendado en brazos y contoneo descansa con eficacia en aromas diversos de los aires de Carmen Amaya, Cristina Hoyos, Eva Yerbabuena o Sara Baras.

Terceiro, además, hace del baile una lúcida y creativa trenza flamenca con un sucinto grupo de bailaoras de alucinante y brillante tino en el compás y en complejos cuadros de indudable estética y enramaje rítmico arrolladoramente resueltos. Ensayos, ensayos y ensayos que ni te cuento, presumo. Un acierto la elección de varios números del completo espectáculo. El de los bastones, reyerta gitana que señala a Carmen, de Gades. El número del baile con mantones de Manila es genial, dificultoso y visualmente feliz.

Y el cantaor Juan Fariña, onubense, que lleva la parte amplia del cante del espectáculo. Finas hechuras, de la escuela de Arcángel, voz de alta tesitura, que si no es de rajo de duro jondo (Camarón, Mercé) si tiene la estrella de la afinación y el dulce quejío. Juan, además empatizó muy bien con Montse en los números en que hicieron pareja, sobretodo en la letra eterna de la leyenda Manolo Caracol, recordando la zambra impagable con Lola Flores.

Atrás, un bien conformado elenco de músicos junto a la joven cantaora Lucía Tapia que, entre otros momentos puntuales, me gustó como columpió la rumba, versión Bambino, Procuro olvidarte. Rafael Vázquez, segunda guitarra, correcto y Miguel Serrano Nano, artista especialmente querido en esta tierra, bosquejó la cortina musical con ortodoxia y veteranía, para mi gusto le sobró timidez.

Y Ramón Bermúdez, con un manoteo excepcional en el cajón y las percusiones, supo llevar con talento y apabullante sentido del compás la hilazón del espectáculo, marcándose un número el solitario rematado con el cuadro de bailaoras para enmarcar.

Un espectáculo flamenco excelente, con guiños a iconos de este arte. Un éxito renovado para Montse Terceiro y su cuadro de bailaoras. Una puesta en escena que esconde trabajo inmenso en la trastienda y una actitud, por lo que se aprecia en el escenario, optimista. El respetable, puesto en pie al final, se lo premió con una cerrada e intensa ovación, piropos incluidos. Lo dicho, casi dos horas, de gozoso tiempo flamenco.

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