La noticia ha dado la vuelta al mundo. Tras verla en un periódico de Buenos Aires me la envió una amiga argentina. Le sorprendió el titular: "Un campamento de inglés expulsa a una niña con necesidades especiales tras la queja de algunos padres". Y le indignó saber que una familia madrileña ha tenido que denunciar públicamente a la escuela de inglés Diverbo por haber expulsado a su hija de uno de los campamentos que organizan por tener necesidades especiales. Los hechos ocurrieron el segundo día de la actividad, tras las quejas de los padres de unas niñas que participaban. La niña tiene 11 años, se llama Inés y tiene un "retraso madurativo de dos años e inferior motricidad a la de sus compañeros. Las colonias están dentro del programa de la empresa llamado Pueblo Inglés, se celebran durante dos semanas en Salto de Saucelle (Salamanca), y en ningún momento se ocultó el problema . Diverbo es una escuela de idiomas alemana que aterrizó hace más de cinco años en nuestro país y que organiza distintas actividades en verano dirigidas a niños y adultos. En su web definen su nombre como el resumen de tres ideas: diálogo, diversión y, también, diversidad. ¡Menos mal!
Personalmente me había indignado antes que a ella y por tres razones que intentaré resumir.
Primera: No seré yo quien defienda guetos para los seres humanos. Nadie debe ser discriminado, marginado o aislado, salvo las personas tóxicas para la sociedad, que haberlas hailas, y no suelen ser precisamente las que tienen que cargar con la etiqueta de "discapacitados". Sobra decir que estoy a favor de la integración de estos niños en el ámbito social, cultural y laboral, cuando sea factible, pero trabajando para que sea un hecho natural, no firmando leyes que sólo sirven para que unos se ganen el pan elegantemente y otros se lleven los votos por falsos redentores, que es lo que se viene haciendo desde hace unos años. Para conseguirlo, a la vez que se ponen en marcha estos pomposos planes de integración, habría que inculcar a los compañeros el respeto a todos, en todas sus manifestaciones y sin excepción. Y el caso de Inés demuestra que se les educa para todo lo contrario.
Segunda: Los trabajadores de estos centros deberían ser verdaderos profesionales, pero no porque tengan un título que los acredite para determinadas funciones, que eso es fácil conseguirlo, sino porque son personas íntegras, ecuánimes, vocacionales, muy comprometidas con los derechos de los usuarios, enemigas de todas las preferencias y muy conscientes de que no pueden diferenciar a unos de otros por gustos personales, y los responsables de este centro han dejado claro que no tienen ni idea. Si las que no querían compartir habitación con Inés eran las otras niñas, si no querían verla ni de dormida, si les molestaba que tardara más que ellas en darse una ducha, si tanto les disgustaba su compañía, eran ellas las que tenían que haber sido expulsadas por no adaptarse a las normas del centro. Pero era más fácil encontrar un pretexto para expulsar a Inés que para expulsarlas a ellas.
Tercera: la actitud de los padres. ¿Pensarán estos padres y estas madres que quieren bien a sus hijas?, volví a preguntarme mientras releía la noticia enviada por mi amiga. Hoy por hoy les ha sido fácil librar a sus hijas de la presencia de Inés. Ellas están perfectas, han trabajado para aprobar el curso con buenas notas, iban al campamento con mucha ilusión, y no podían consentir que Inés les amargara la estancia. ¡Pobrecillas! Bastante tenían ya con tener que convivir durante el curso con algún discapacitado en clase? Seguro que lo están celebrando y es normal, porque ignoran que mañana, cuando los años los hagan mayores, siempre que la buena suerte les acompañe y un revés inesperado no los convierta en discapacitados antes de tiempo, tendrán dolores, falta de movilidad, poca visión, mal oído,... y sus hijas, inexpertas en complicaciones, se olvidarán de ellos para que no les amarguen la vida, y no es que sean malas hijas, es que ellos mismos les enseñaron que en el mundo solo caben los capacitados.
Y por último decir que me llama la atención que ni de los servicios nacionales, autonómicos y locales dedicados a gestionar esto de la discapacidad, alguien haya salido en defensa de Inés, lo que contribuye a que yo no pueda dejar de pensar lo que pienso: que esto de la integración de los discapacitados no es más que un negocio tan atractivo como rentable para muchos, porque quien es integrado por ley, acaba desintegrado.