Nunca sabemos cuándo vamos a encontrar aquello que no buscamos, debajo de qué piedra, debajo de qué día, escondido en qué anhelo, oculto en qué suspiro, en qué color, bajo qué cielo.
No lo sabemos, y por eso hay que ir con los ojos bien abiertos y abrir también el corazón, dejar las puertas entreabiertas para respirar el frescor que nos lleva a ese otro lugar, al soñado, al que nunca se supo cómo sería, al que estaba oculto bajo qué piedra de qué camino, bajo cuál, en qué cima de qué montaña o dónde.
Nunca sabemos cuándo va a empezar a caminar hacia nosotros, cuándo alguien soñó el mismo sueño o canturreó la misma melodía, cuándo vamos a descubrir ese acorde que nos une, esa palabra que realiza un nudo inseparable, un recuerdo imborrable, cuándo, dónde, quién nos enseña, bajo qué color, dónde está aquello que, sin saber, buscamos.
En qué artilugio de la vida, por qué hechizos, bajo qué conjuro nombre o cielo, bajo qué muerte o vida, en qué reguero, en qué teorema, en qué guirnalda o razón envuelta en qué soles.
Bajo qué encina asentada a los pies de qué colina, a qué altura de qué montaña, qué tarde, bajo qué ocaso, en qué momento de la escalada nos encontraremos, bajo qué paso del eterno fluir de cada día?
Con qué peine de peinar los sueños, en qué espesura volando qué libélulas su transparente vuelo.
Detrás de qué puerta, bajo qué escalón, en qué alameda, bajo qué florero una pluma hace cosquillas en el corazón, y el alma se hace regazo, y empieza, de la nada, el océano.
Qué margaritas adornan la casa que hicimos, de qué parterres regados con qué agua, qué simiente se enreda en el vientre y recoge sonidos de caracolas, con qué sueños amparados a la sombra de qué pestañas, en qué líquidos se albergan las nubes o los amaneceres.
En qué pecho se cobijan qué tormentas, en qué tic tac de relojes se envasan las alegrías, en qué saltos y hasta dónde, hasta qué altura, con qué fuerza tan enorme? sobre qué atalaya.
Sólo sé que apareció. El tiempo lo alimentó. Se hizo muy grande. Se llama amor, y es nuestro.