En los momentos coloquiales entre amigos, donde estás a salvo del zumbido de las abejas hembra o macho con su repiqueteo en malas traducciones que se convierten en distorsiones y herrumbres, a veces comento reflexiones que pueden ser festivas o no. Por ejemplo: que la raza mejora, salta a la vista porque nuestros nietos nada tienen que ver con aquellos niños de posguerra tan bajitos que no alcanzamos a tener un solo juguete. Pero que en las civilizaciones que más nos influyeron, la cultura ha seguido el camino contrario, como pasa con nuestros vecinos del Mediterráneo que han pasado de Cicerón a Berlusconi. Porque sí: yo he llorado de emoción ante las ruinas del foro romano donde tanto se debatía sobre política, filosofía, religión, poesía, y un amplio etcétera que a nosotros nos pillaba muy lejos todavía.
Hay que admitir que cuando nosotros andábamos en taparrabos por las cuevas del Manzanares, ellos ya se regían por el derecho romano que creo sigue estudiándose ahora mismo en nuestras universidades. Su legado fue inmenso, como enriquecedoras son todas las mixturas. Pero ahora mismo de aquel tesoro cultural sólo nos queda Paolo Vasile y su televisión, nacida para no saber nada.
La historia de la Humanidad se asienta sobre varios "ismos" que en el camino hasta hoy han perdido su pureza. La del cristianismo intentó rescatarla Lutero volviendo a los orígenes, pero allí estaba la pobreza y el agustino alemán murió en el empeño.
En realidad el cristianismo (divinidades al margen) tuvo una vida muy corta, y dejó de existir cuando se fundaron las iglesias, especialmente la católica, con una férrea estructura piramidal y jerárquica donde no cabían las mujeres. Aún hoy parece que la organización se ha movido, de cada concilio vuelven con una promesa que se marchita, pero en realidad las mujeres siguen sin poder ser curas y a lo más que pueden aspirar es a ser amas de curas. La idea monolítica de la iglesia católica se pierde un mundo riquísimo desde el punto de vista emocional que les vendría muy bien a los que están dentro. Y esos presuntos avances de la iglesia católica entran en contradicciones: cuando ya los Papas últimos nos habían convencido de que no existe el infierno, el de ahora ha recurrido a la figura de Satanás como incitador de la pederastia. Quedan pocos gramos de cristianismo en esta iglesia, donde Rouco Varela vive en un palacio de millón y medio de euros, y algunos sacerdotes cristianos se mueren lejanos y fríos.
El comunismo, que cambió la historia del siglo XX, desapareció con sus últimos estertores en la figura de Lenin. Y aquí sí que hay que entender la respuesta del dirigente de la Revolución de Octubre al socialista y humanista español Fernando de los Ríos cuando este le preguntó por la libertad y el bolchevique le contestó: ¿libertad para qué? Porque era 1920 y Lenin había heredado del zarismo un inmenso país que se moría de hambre y de frío. En realidad Lenin proponía una libertad real que sólo se da si tienes las necesidades elementales cubiertas. Para ejercer la libertad, hay que estar vivo, vino a decir Vladimir Ilich.
El descenso a los infiernos vino enseguida con Stalin. Aún hoy no logro entender la devoción de María Teresa León por un dirigente y un régimen que asesinó a cuatro millones de rusos, más que la segunda guerra mundial. Con Stalin ya no había rastro de la pureza comunista.
Pero si hablamos de perversiones, la más obscena es la del anarquismo. Cuando nace esa idea en la cabeza de Proudhon -hijo de un tonelero y una lavandera- se abre la posibilidad de un mundo libre, armónico e igualitario donde la mujer es tan protagonista como el hombre. Para ser fieles, hay que recordar que el mismo fundador fue remiso al principio a esta última cuestión. Pero su anarquismo se entiende con una sola frase: a cada cual, lo que necesite. Y no tardó mucho en empezar la perversión cuando Bakunin matizó después: a cada cual lo que necesite y se merezca. Ahí introduce el concepto de salario. Y el dinero como fundamento de una doctrina política que Proudhon quiso extirpar.
Lo que luego quedó como exposición del anarquismo -tan presente en nuestra dolorosa guerra civil- ya no era anarquismo. Y desde entonces, la idea libertaria se ha reducido al interior, como ocurre con Fernando Fernán Gómez, Agustín García Calvo, Chicho Sánchez Ferlosio, Agustín González, y otras expresiones españolas, por decir las más conocidas (sigue poniéndome los pelos de punta la emoción de escuchar a Pedro Soriano).
Cuando Felipe González pronunció en 1979 su famoso principio "hay que ser socialista antes que marxista" se estaba delatando a sí mismo. Y con él, al grupo de andaluces que lo acompañaron a Francia para hacerse con las siglas del PSOE que estaban en manos del viejo Rodolfo Llopis. Con esa maniobra, el socialismo murió. Hasta el punto de que muy pronto empezaron a pronunciar la socialdemocracia como objetivo de poder y no de cambio de una sociedad hacia un mundo distinto.
Pero lo peor de todo fue adjurar del marxismo. Porque al tirar a la basura al marxismo -otro "ismo" ya pervertido- estaba negando un principio de justicia irrenunciable: la igualdad de oportunidades económicas para todos.
Es decir, vuelta al capitalismo que es donde estamos ahora después de que pervertir todos los "ismos" y seguir pasándolas canutas intentando otra vez ser todos Mario Conde.
Lo siento, yo paso.