La ciudad sucumbe a los abismos de la noche en un profundo sueño. La oscuridad es palabra y canto, y las farolas, adornos de un perfume hecho misterio.
Los sueños se alargan en la noche, se hacen visibles, se dan crema. La ausencia de ruido los cultiva, les permite existir, los acoge, los despliega.
Nada existe en la piel que recubre el cielo.
Avanzan discretos los vehículos en la espesura de lo negro, van con los ojos abiertos.
Las ventanas abren sus brazos extensos. Algunas, refugiadas en su duermevela, encienden lámparas como luceros. A otras las recubre un espeso mantón de recuerdos.
Se recogen con pinzas los retales en el suelo, las madrugadas, lo firme, los rosas tenues que aparecen en el cielo. Los pájaros desperezan sus anhelos e invaden el firmamento. Algarabía de trinos inundan el universo. Un nuevo día dará comienzo.