Son hermanas. No lo he adivinado por su parecido físico, que quizá exista, aunque desde atrás no se advierte especialmente, salvo por esa forma de caminar apoyándose la una en la otra, aceptando el pequeño empujón involuntario, resistiendo con suavidad, adaptando el ritmo. Y también por los pies, claro. Esos pies que se abren y se arrastran y se despegan despacio del suelo, de la tierra. Y por los zapatos, mismo modelo, mismo color, como cuando eran niñas. Y el peinado, el peinado es el mismo, los mismos rizos naturales, el mismo tinte descuidado. Y la curvatura de la espalda y el tono de la voz, un poco menos agrio el de la que tiene la curvatura menos marcada.
Sé que son hermanas porque cuando una de ellas dice ¿Y María? y la otra contesta El 10 de agosto y la otra pregunta ¿Y Juana? y la otra contesta El 19 de abril y la otra pregunta ¿Y Luz? y la otra contesta El 2 de febrero, la otra pregunta ¿Y madre? y la otra contesta Madre fue el 29 de noviembre. Después, el silencio.
Quizá cada una dedique ese silencio a pensar que algún día una de las dos tendrá que recordar la fecha de la otra, un día y un mes sin año, como si todas las fechas pertenecieran a un único año compartido. Y el diálogo será monólogo y el silencio tendrá otra densidad, otra frecuencia. Y el cuerpo se inclinará solo, hacia ese mismo lado, sin brazo que sujete ni brazo que sujetar, un único cuerpo cada vez más cerca del suelo, cada vez más cerca de la tierra. Entonces la hermana sin hermana murmurará esa última fecha como una consigna, sin esperar respuesta alguna, sin pregunta previa, una fecha sola y suficiente, inolvidable.
Inolvidable hasta que deje también de recordarse, hasta que ya nadie recuerde nada. Hasta que las fechas solo sean fechas, días almacenados en ningún lugar que ya nadie vincule a nadie, que ya nadie rescate del pasado y del olvido.