OPINIóN
Actualizado 22/06/2019
Alfredo Pérez Alencart

Comida en el restaurante Castuo, de Pinofranquedo (foto de Jacqueline Alencar)

Íbamos en un confortable autobús y por la A-66, esa autovía Ruta de la Plata que hoy es un auténtico lujo para quienes, tres décadas atrás, tardábamos tanto en pasar Béjar y llegar a tierra extremeña, especialmente cuando algunos camiones pujaban por esa subida de un único carril, y también cuando bajaban frenando hacia Baños de Montemayor.

Tras llegar a la altura de Aldeanueva del Camino nos adentramos por la carretera comarcal Ex-205 y no nos detuvimos hasta Casar de Palomero, unos cuarenta kilómetros tierra adentro. Yo formaba parte del viaje organizado por la Asociación de Amigos de Unamuno y, en Casar de Palomero, se quedó la mitad de los excursionistas, pues querían caminar desde ese poblado hasta Pinofranqueado, tal como lo hiciera Unamuno la mañana del 2 de agosto de1913. Los demás fuimos hasta Guijo de Granadilla, para estar con Gabriel y Galán, como ya describí en otra crónica. Luego, al mediodía nos encontraríamos todos en Pinofranqueado, para una opípara comida.

Don Miguel anotó su arribo: "Y así llegamos a Pinofranqueado, la capital de las Hurdes bajas. Un buen pueblo, sin nada de la ridícula leyenda del salvajismo hurdano. ¡Y con impaciencia de entrar de una vez en las verdaderas Hurdes, es decir en aquellas de que se nos ha dicho que los hombres casi ladran, que se visten de pieles y huyen de los? civilizados! Había que entrar de una vez en aquella región que alguien ha dicho que es la vergüenza de España, y que Legendre dice, y no sin buena parte de razón, que es, en un cierto sentido, el honor de España. Porque ¡hay que ver lo heroicamente que han trabajado aquellos pobre hurdanos para arrancar un misérrimo sustento a una tierra ingrata!".

Y si ya entonces Unamuno resaltaba otra imagen más propicia de esta localidad cacereña y de las Hurdes, hace unos diez años yo y mi familia estuvimos por allí por vez primera invitados por el doctor Floren Borrego y familia, quien trabajaba en Pinofranqueado. Grata impresión, en nada parecida a lo que antaño se decía de los hurdanos.

Pues bien, sobre las dos de la tarde llegamos a Pinofranqueado desde Guijo de Granadilla, mientras los caminantes que venían de Casar de Palomero también comenzaban a cruzar el puente sobre el río Los Ángeles. Nos reunimos todos en la terraza del restaurante Castúo, donde dimos cuenta de un menú que llenó nuestros apetitos.

Mientras esperábamos la salida para Hervás, continué con mi lectura de la obra poética de San Juan de la Cruz. Lo hice en un banco a orillas del río, entre frondosos árboles que me daban la sombra necesaria para mitigar el fiero calor de ese sábado 1 de junio. Otro sábado, pero el 2 de agosto de 1913, había estado por allí, comiendo, el vasco de Salamanca, en una de las paradas que hizo cuando visitó Las Hurdes, acompañado por Maurice Legendre y Jacques Chevalier.

Oscurecía cuando llegábamos a nuestra Luciérnaga de Piedra y el conductor nos dejaba en la Plaza de Gabriel y Galán.

Caminantes del grupo llegando a Pinofranqueado desde Casar de Palomero (foto de Jacqueline Alencar)

Alfredo Pérez Alencart a la orilla del río Los Ángeles (foto de Jacqueline Alencar)

Artículo de Alfredo Pérez Alencart (El Norte de Castilla)

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