OPINIóN
Actualizado 21/06/2019
Redacción

Ellos y ellas se sientan. Se desabrochan el botón de la chaqueta y se sientan en sus lujosos habitáculos acondicionados con el dinero de todos, con sus trajes y vestidos de diseño, de buenos tejidos, sus cabelleras pulcramente repasadas, cada uno de sus pelos perfectamente colocados, sus relojes, sus broches, sus zapatos relucientes de pisar alfombras bajo lámparas brillantes que dan luz a sus caras, en cómodos sillones arrimados a mesas impecables, destellantes, como algunos de sus currículos a propósito engordados sin ningún decoro.

Se sientan y se reparten, se unen, se desunen, se echan en cara, quedan en quedar para otro día, hacen declaraciones, inventan frases grandilocuentes que sueltan aquí y allá, como quien echa migas a los pollos, frases vacías que llenan titulares, y más titulares, y más titulares. Aquella dijo, este respondió, aquí se reunió y volvió a decir? Pero, en realidad, dijo una cosa distinta cada vez.

Ellos y ellas también se sientan. Se desabrochan el botón de la chaqueta y se sientan en sus lujosos despachos y salones, con sus trajes y vestidos de diseño, de buenos tejidos, sus cabelleras pulcramente repasadas, cada uno de sus pelos colocados, sus relojes, sus broches, sus zapatos relucientes de pisar alfombras bajo lámparas brillantes que dan luz a sus caras, (sus zapatos relucientes de pisar), en cómodos sillones arrimados a mesas impecables, destellantes, como la mayoría de los currículos de contratados y despedidos sin ningún decoro.

Se sientan y se reparten, se fusionan, se unen, venden, compran, se desunen, y recortan, y recortan, y recortan. Y cuando les sigue pareciendo insuficiente lo ganado, buscan asesores expertos en recortar, y quedan en quedar para otro día, hacen declaraciones, inventan frases grandilocuentes que sueltan aquí y allá, como quien echa migas a los pollos, frases vacías que llenan titulares, y más titulares, y más titulares. Y se dice siempre lo mismo: que nunca es suficiente.

Ellos y ellas se sientan. Se desatan la bufanda en invierno cuando entran en el metro o en el bus, desabrochan el botón de sus abrigos, llevan los zapatos con el betún de barro de su barrio, el pantalón de temporadas anteriores desgastado, y miran alrededor, a ver si queda algún lugar libre para sentarse porque hay que doblar el turno por el mismo mísero sueldo, porque hay que pagar el alquiler, y la luz, y el agua, se echan atrás el flequillo intentando no pensarlo para centrarse en lo nuevo que pedirá hoy la empresa, en la nueva orden de escatimar más en todo, recortar en servicios, recortar en tiempo para hacer cada tarea, recortar personal para embolsar más, hacer todo más deprisa para ganar más, más rápidamente, nada sacia ese apetito voraz, como una luz cenital, sobre cada una de las cabezas, sustentada por la ambición desmedida, por los contratos y los mil recovecos para contratar y despedir mirando los relojes de diseño, nunca es suficiente, al amparo de la crisis, al cobijo de la necesidad, con la soga amenazante de más precariedad.

Con la luz cenital de la ambición desmedida, de las arcas llenas, del más y más, los pantalones desgastados desgastan las provisionales sillas laborales, mientras sus cabezas amuebladas se preguntan hasta cuándo, hasta dónde, cuándo será suficiente, para cuándo los salarios dignos, para cuándo los contratos serios, para cuándo los derechos laborales, alguno, al menos, de los que lograron, con sudor y lágrimas, sus abuelos y los padres de sus abuelos, para cuándo trabajos y sueldos acordes a la cualificación y a la valía. Ellos y ellas se preguntan, cada día, hasta cuándo.

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