OPINIóN
Actualizado 21/06/2019
Redacción

La intimidad es un concepto muy amplio y complejo. Puede referirse a lo íntimo que es propio de cada persona, no observable por los demás, lo compartido solo con la pareja, la familia o determinadas amistades, etc.

Los contenidos de la intimidad son muy amplios. Desde el punto de vista sexual se refiere a lo que preservamos de nuestra conducta sexual frente a los demás, o lo compartimos solo con la pareja o algunas personas muy concretas. Este es el enfoque que vamos a tomar.

La humanidad, salvo excepciones en algunas culturas, casos de hacinamiento, demasiado frecuentes en países pobres, y algunas corrientes, como la de los socráticos cínicos (que llegaron a defender la masturbación en público), ha aprendido a llevar a la intimidad nuestras conductas sexuales, e incluso, en muchos casos, preservar el desnudo. Las costumbres son variadas y están llenas de excepciones (el movimiento nudista, por ejemplo), pero sigue teniendo un gran peso entre nosotros el valor de la intimidad sexual y amorosa.

Por lo que hace relación a nuestra cultura, la amenaza más fuerte a la intimidad sexual en el pasado procedía de la religión, especialmente en la versión católica, tanto por la moral sexual, como por la "confesión". La moral sexual regulaba hasta una casuística absurda la conducta sexual (hasta hoy, y es solo un ejemplo, diferencian la anticoncepción natural del resto, no aceptando el preservativo) y exigían la "confesión" ante un sacerdote para que los pecados fueran perdonados. Morir sin confesión era una de los mayores temores de acabar, para siempre, en el infierno, mientras una confesión in extremis" te habría la, puerta del cielo.

La versión evangelista luterana siempre fue más flexible con la moral sexual y, sobre todo, defendía una relación más directa entre el creyente, la Biblia y Dios, sin necesidad de confesión ante el clero o comprar bulas para ganarse el cielo. La versión católica siempre ha dado más importancia y poder al clero (desde el Papa a los párrocos). La Biblia debía ser leída e interpretada por el clero y los pecados perdonados por el confesor.

Y uno de los campos preferentes de control religioso eran los contenidos sexuales. Estos están presentes en dos de los diez mandamientos (creo que son los únicos contenidos que repiten mandamiento), persiguiendo en la interpretación que hacían del 6º, los pensamientos, las fantasías y las conductas sexuales, las palabras hoscenas, la masturbación, etc. No había solo una doctrina moral, sino que se entendía la sexualidad como uno de los tres peligros más grandes para el alma: el mundo, el demonio y la carne. Y por si era poco, se aseguraba que Dios lo veía todo, en todas partes, por lo que no había manera de escapar a esa supuesta vigilancia.

Los confesores, con frecuencia, ponían en énfasis en los pecados con contenido sexual. Esta mediación del clero, les permitía investigar y conocer la vida sexual de las personas, mientras de la sexualidad no se hablaba en familia, en la escuela y en público. De la sexualidad se hablaba "para no hablar, reduciéndola al secreto", como escribe Foucault. El propietario del secreto era tantas veces el párroco de turno, que sabía más de la sexualidad de cada uno que la propia pareja.

Para entender lo que digo, especialmente a las personas más jóvenes, les recomiendo leer La Regenta de Clarín, tal vez la novela más importante, junto a El Quijote.

Esta presión de la iglesia católica sobre la intimidad sexual y amorosa ya se la han saltado la inmensa mayoría de los creyentes, buena parte del clero e incluso el Papa actual parece más sensato y relajado. Hemos pasado de la represión sexual obsesiva y morbosa a otras propuestas de los nuevos poderes dominantes. ¿Quiénes son éstos en esta sociedad secularizada no confesional?

Ahora las amenazas a nuestra intimidad sexual vienen de otra parte. ¿Por qué, estimados lectores, no intentan ustedes hacer la próxima columna sobre las amenazas actuales a nuestra intimidad sexual y amorosa? Se admiten ideas.

Félix López Sánchez

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