Llegamos a Ciudad de México y llevamos un jamón español para una sobrina. Pero en la aduana lo retienen y dicen que no puede pasar. Tienen una lista pequeña de marcas permitidas que aquí nadie conoce. Me dicen que lo guardarán y puedo recogerlo cuando salga de México. O sea que encarcelan al pobre jamón. Comen insectos, comen cosas que arden en la boca, pero prohíben el jamón.
Al terminar el viaje, efectivamente liberan al jamón. Pero un funcionario está todo el tiempo con nosotros hasta que facturamos y se asegura de que el jamón sale de México. En esto emplean el tiempo los funcionarios, en esto emplea el gobierno su presupuesto.
Entran continuamente miles de toneladas de drogas duras a México que llevan el país al caos y el gobierno no lo impide. Pero impide con todas sus fuerzas que entre un jamón en el país. Fuera de España a mucha gente no le gusta el jamón, pero nunca se supo en toda la Historia de la Humanidad que le hiciera daño a nadie. Ni provoca mafias ni muertos ni autobuses masacrados.
En Oaxaca los estudiantes quemaban la Universidad. Grupos de ellos acampaban en varias calles para protestar contra las injusticias sociales. En Chiapas había pintadas reclamando la acción de los zapatistas. Niños indios harapientos se acercaban al bar y les dábamos las patatas fritas, y los dueños nos miraban muy mal por ello. Pero el gobierno se ocupa en impedir que entre un jamón al país.
Eso no ocurre solo en México, muchos gobiernos emplean sus poderes de forma kafkiana, prohíben o permiten cosas sin ton ni son. Los norteamericanos prohibieron el alcohol durante una década y hubo más borrachos que nunca. Otros prohíben esto , prohíben lo otro. Ninguno prohíbe el hambre, o que te echen de casa.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO