OPINIóN
Actualizado 19/06/2019
José Amador Martín

La luz cambia, siguen nuevas estaciones, lo viejo empieza a ocupar sitios en nuestra memoria y los humanos queremos olvidar para resurgir de las cenizas del fuego. Las raíces de la celebración de la Noche de San Juan se pierden en el tiempo. El Sol cual un enamorado de la Tierra se resiste a abandonarla y ello sirve de base a festejar la noche del 23 al 24 de junio, que es la más corta del año. A esto se unía la superstición de que ese día era el ideal para ahuyentar a los malos espíritus y atraer a los buenos, así como para librar encantamientos de amor y fertilidad.

Una velada especialmente mágica, los deseos e incluso el miedo a las sombras de los antepasados, se unen a la tradición y a la alegría de una fiesta que simboliza el culto al sol, a través de numerosos rituales.
Se trata de una fecha de origen pagano, aunque luego se cristianizó en honor a San Juan el Bautista, fuego-purifica- y agua- bautismo-, una velada cargada de simbolismos y de magia.

Se cree que los primeros cultos solsticiales comenzaron hace unos 8.000 años, cuando nuestros antepasados observaban con curiosidad las estrellas y constelaciones y percibieron que en determinada época del año, el sol se iba desplazando desde una posición a otra en los Trópicos.

Estoy seguro que cuando una población se asentaba en un territorio, este reunía una ciertas características que propiciaban su asentamiento. Salamanca, cuya fundación se pierde en la noche de los tiempos y sobre la que no existe una fecha clave de su fundación tuvo que ser un lugar mágico en el sentimiento de sus primeros pobladores. Imaginemos un cerro rodeado de árboles, con un río en un curso bajo con amplias zonas de inundación propicia para el sustento y el abastecimiento, en una ruta natural que cruzaba la península de norte a sur, propicio para el intercambio y el mercadeo.

Hay un hecho más a tener en cuenta, la altura. No hay duda que casi todos los pueblos primitivos adoraban al dios sol y a la luna como luces mágicas del día y de la noche, la altura, por tanto proporcionaría una proximidad mayor a las divinidades. Un punto de observación de las estrellas que a la vez servían como luces en la noche.

Salamanca, pues representaba un lugar mágico con el Tormes, el Zurguén el arroyo de los milagros y el de Santo Domingo. Una tierra elevada en tres cerros y surcada por los cauces de los ríos.

El origen de la ciudad, después de muchos estudios, se sitúa en uno de esos cerros, el de San Vicente, un lugar de una dimensión no excesiva con un solo punto de acceso fácilmente franqueable, en un territorio escarpado y favorable para la defensa por su propia situación.

Todo este análisis y algunos imaginarios son fruto de las consideraciones y charla de los especialistas en el yacimiento

La ciudad en este lugar se abre a la fantasía ¿Cómo fueron nuestros antepasados?, ¿Cómo vivían?. Las preguntas se resuelven al analizar los restos recuperados en el Cerro de San Vicente. Una gran labor ?en mi estima- no del todo recompensada pues al acercarte al lugar la sensación de abandono del entorno no nos hace suponer la singularidad del lugar. Considero también que existen unas dependencias no utilizadas en un gran pabellón que debiera albergar un museo de la historia. Creo que sería conveniente adecentarlo con jardines, honor que se debe a nuestros primeros pobladores de Salamanca. Parece quie en poco tiempo, según los proyectos, cambiará su aspecto

Hoy, esta noche, recordaremos un poco más a las primeras personas que decidieron la ciudad de Salamanca, en el fuego el ritual al sol y en la oscuridad, a la luna.

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