OPINIóN
Actualizado 15/06/2019
Tomás González Blázquez

¡Jua-ni-to!, ¡Juan-ni-to!... La tarde del 12 de junio, y supongo que igual pasó en la víspera, uno de mis vecinos en este vecindario opinador puso a corear el nombre de San Juan de Sahagún a toda una multitud de niños que admiraban la Salamanca legendaria pero veraz e imprescindible contenida en sus alforjas de narrador. En su rincón la casa invita y en mi calle no hay números porque es la de la Fe, así de dispar es este vecindario. Me refiero a Fernando Saldaña, cuentacuentos (y actor, mago, humorista gráfico?), que todo quedó expresado en un delicioso rato y relato compartido con mayores y pequeños en la Plaza de San Boal, dentro del programa de fiestas en honor del glorioso patrono Fray Juan, testigo humilde pero valiente de Jesús el Señor y ganador de almas como hacedor de concordias entre los hombres, salmantinos y perdidos en banderías para más señas.

Todas estas historias y mitos locales, personajes de los que salen en negrita en los libros y figuras recreadas que existieron o fueron soñadas, hechos memorables y gestas de limitado alcance doméstico, han ido apareciendo en las plazas y los patios salmantinos desde el verano de 2012, de forma que los ecos de sucesivos lemas e inolvidables palabrejas se pueden escuchar como se escucha desde esta semana el ¡Jua-ni-to, Jua-ni-to! en San Boal. Parecía mismamente que acabara de sacar el santo Juan al niño Ramón del pozo, aún chorreaba su cíngulo rescatador y todavía no se le había cerrado la boca al admirado público del milagro y del teatro.

En patios y plazas se ha dramatizado y recitado mucha Salamanca de siglos y de hoy, la de los migueles Cervantes y Unamuno con sus criaturas, la de la lianta Celestina y la del estudiante de Espronceda, la de Vitoria y Deza en sus claustros dominicanos y la de Teresa andariega, peregrina y salmantina, la de Fray Luis, Zacut o Meléndez incomprendidos hasta la persecución como la sufrida por aquella cuya sangre era también roja. Los centenarios catedralicio y universitario no han faltado en las piezas breves pero cuidadas a cargo de diversos autores y grupos, que tampoco han olvidado a Nebrija, ni a La Latina, ni a Colón o el príncipe Don Juan, ni han dejado de frecuentar La Cueva de Salamanca con su Marqués de Villena, sus diablos y sus hechicerías. Muchos otros textos habré omitido y muchos más quedaran en el tintero. Unos cuantos han de aflorar este verano. Luego, para siempre, quedarán sus ecos en las plazas que se ensanchan para que nos arremolinemos en torno a los contadores de historias como Saldaña y en los patios que invitan a conversar con la Salamanca que fue y será mientras, sencillamente, somos.

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