OPINIóN
Actualizado 08/06/2019
Fructuoso Mangas

Estas últimas semanas y las que vengan se celebran las fiestas de Primera Comunión, con sus valores y sus limitaciones, que de todo hay. Y dejando a un lado otros aspectos más importantes que ahora no son del caso, quiero insistir en un problema que tienen estas fiestas: los regalos. El problema está en qué se puede regalar, qué se puede regalar que no lo reciba el chico repetido tres veces, qué se puede regalar que vaya a juego con sus necesidades o aficiones positivas, qué se puede regalar que entre en un presupuesto prudente y razonable, qué se puede regalar que no aumente las desviaciones actuales en los juegos infantiles sin exceso y sin mezquindad, qué se puede regalar que sirva para algo, qué se puede regalar que responda a un interés o a una necesidad no cubierta, qué se puede regalar, etc?

Y es que en estos últimos años lo de los regalos de Primera Comunión se ha desmandado de mala manera. Es como una boda. Y no sólo el regalo, es que la misma fiesta parece ya de casi boda y el resto de elementos, incluidos los regalos, tienen que ir a juego y a la par. Pero a ver cómo se cubre eso tratándose de alguien que anda por los once años. Hay una desproporción que ha ido creciendo en poco tiempo en la cantidad de dinero y en los artículos objeto de regalo.

Sin contar el gasto desmedido que supone, la inundación de cosas que inútilmente se amontonan en un día, el desinterés que acaba provocando tal abundancia y cierto inevitable desasosiego que alcanza a todos, a los chicos porque les desborda semejante fenómeno social, a los padres porque les crea demandas a las que en la fiesta tienen que responder como se espera de ellos, a los invitados porque nadie sabe bien a qué atenerse y no sabes si te pasas o te quedas corto, a los párrocos o sacerdotes porque ven la deriva escandalosa de un sacramento tan maltratado. Y así todos, hasta el fotógrafo que ve que ya todo el mundo tira de móvil y se acabó. Lo que faltaba, vaya por Dios o por quien sea.

Pues bien, propongo una solución que acaba con la mayor parte de estos problemas y ambigüedades; no es nueva, ni mucho menos, pero me gustaría que se extendiera porque está llena de aciertos y valores. Y es muy sencilla. La ha proponía ya el año pasado Manos Unidas a las parroquias, como interesante sugerencia pastoral.

El niño, de acuerdo con sus padres, escribe una carta de invitación a sus familiares y amigos y explica una propuesta para los regalos que en ese día quieran hacerle: invita a todos a corresponder ingresando en la cuenta que les adjunta la cantidad de dinero que cada invitado estime oportuna y una parte importante del dinero ingresado será entregado después a alguna organización solidaria, por ejemplo Cáritas para los necesitados de cerca y Manos Unidas para los de lejos, explicando la finalidad concreta y el lugar adonde irá el dinero de su regalo, o a cualquier otra organización de cualquier clase, origen u objetivo con tal de que sea solidaria y de reconocida solvencia. Y ya está.

La solución evita la mayor parte de los problemas anejos y a la vez subraya aspectos de solidaridad, de comunión y de caridad cristiana que parece que no debieran faltar en cualquier Fiesta de Primera Comunión que se precie de ser cristiana. Y esto no quita que a la vez, con la otra parte del dinero recibido, los padres, padrinos y abuelos se pusieran de acuerdo para hacer al niño los regalos que estimen justos y oportunos, que también el niño, no faltaba más, tiene perfecto derecho a recibir ese día regalos importantes.

Ahí queda la idea, por si alguna familia quiere recogerla y proponerla; quizás sea el niño el más predispuesto, a poco que se le explique, a una iniciativa así y quizás somos los adultos los que tenemos en estas cosas hábitos adquiridos que nos hacen difícil actuar con sencillez y coherencia. Bueno, deseo que esta reflexión sirva para algo y hasta pueda poner un poco de racionalidad y de proporción en alguna de estas Fiestas de Primera Comunión que todavía vendrán.

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