OPINIóN
Actualizado 06/06/2019
Antonio Costa Gómez

En mi banco no quieren verme la cara. O no quieren que yo vea la suya. Me insisten en que domicilie las operaciones, en que las haga por internet. No quieren que sea un ser humano, quieren que sea un número y un código. No quieren latidos ni personalidad, solo quieren clics y abstracciones. En lugar de hablar conmigo como seres vivos quieren ponerme delante una pantalla de ordenador, quieren mecanizarlo todo.

También los médicos dejarán de ver a los pacientes, pondrán unas máquinas que los verán en dos minutos y les meterán en la boca algún producto químico. Y que pase el siguiente. En lugar de policías por las calles habrá unas máquinas que pegarán mamporrazos cada vez que alguien haga algo prohibido por su programa. Los profesores meterán datos en la cabeza a los alumnos por control remoto. Las ideas o los matices serán más difíciles pero ¿para qué se quieren?

Los curas de la iglesias domiciliarán las penitencias a tantas avemarías cada mes enviadas por unos circuitos y ¿para qué hablar con ellos? Y si el mismo Dios se cabrea con eso le diremos que domicilie sus protestas y las haga automáticas. ¿Para qué hablar con los amigos, con los amantes? Unas máquinas muy cómodas suministrarán en serie unas cuantas frases amistosas, y darán trescientos besos todos los meses.

¿Para qué hacer el amor? Unas máquinas fabricarán en serie sensaciones equivalentes a las que produce el amor. ¿Para qué leer libros? Unas máquinas muy cómodas programadas para todo el año nos darán sensaciones parecidas a las que dan varios tipos de libros a través de unos circuitos. ¿Para qué ver películas? Unas máquinas le darán al por mayor una sensación parecida. Y sin tener que mover un dedo.

Si usted quiere ver a una persona delante tendrá que ir a unos subterráneos demodés.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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