OPINIóN
Actualizado 05/06/2019
Manuel Alcántara

¿Quién que viva hoy en una ciudad de más de medio millón de habitantes en cualquier rincón del mundo no incorpora habitualmente a sus conversaciones, cuando no al listado de sus agobios, el tema del tráfico? Los programas electorales de las candidaturas en los recientes comicios municipales contenían propuestas destinados a presentar soluciones paliativas, dibujar escenarios quiméricos. Análisis minuciosos de las causas tejían soluciones más o menos imaginativas. Frente al pesimismo de quienes estiman que es un asunto sin salida pues recuerdan los embotellamientos de coches de caballos en Times Square en Nueva York a finales del siglo XIX, se encuentran visiones futuristas más optimistas asentadas en la utilización del espacio aéreo o en la intermodalidad. Sin embargo, pareciera que los problemas del tráfico trascienden al asfalto para llegar a otros escenarios que uno habría pensado que nunca sufrirían ese agobio.

En el Everest, la pasada temporada se batió el récord de ascensiones a su cima. 802 personas pisaron el techo del planeta. Pero en un par de jornadas de abril y mayo, cuando el tiempo es más proclive para las ascensiones, han llegado a culminar su ambición algo más de 200 alpinistas llegando a colapsar por momentos la estrecha vía de subida en una ladera muy próxima a la cúspidehttps://elpais.com/deportes/2019/05/30/actualidad/1559240221_221060.html . Aunque escalar la mítica montaña cuesta entre 26.000 y 115.000 euros (una cifra curiosamente similar en que puede oscilar el precio de muchos automóviles de gama media y alta). La desazón llegó a tal grado que un representante del Ministerio de Turismo de Nepal declaró que había sido "un día de mucho tráfico", añadiendo que las expediciones ?como furiosos conductores urbanitas enajenados al final de su jornada laboral- "se quejan de que hay que esperar dos o más horas para llegar a la cumbre". Sea de automóviles, como en las avenidas y carreteras que rodean a las ciudades, o de individuos en una calle comercial en periodo de rebajas, o, en el límite, en el ascenso a una montaña, el tráfico es entonces un avatar angustioso de la civilización actual.

Sin embargo, hay otras clases de tráfico que, por su carácter ilegal, ocupan en menor grado la atención ciudadana, siendo, no obstante, objeto de preocupación del activismo internacional. Las personas, en primer lugar, junto con órganos, armas, estupefacientes, animales y dinero, entre otros, contribuyen a configurar un elenco de escenarios variopintos. En estos ámbitos concretos, donde el delito se enseñorea de la lógica de actuación, el tráfico no se vincula a su concepción como flujo sino como mercado. Un tipo de transacción comercial que viene acompañada del quebranto de alguna normativa regulatoria que va desde derechos fundamentales a la derivada de la legalidad estatal en determinados aspectos. Pero lo que llama poderosamente mi atención cuando abordo este término, sea en una u otra concepción, es la tensión existente entre el flujo y el atasco. Una vez más, una antinomia confrontadora de dos visiones contrapuestas que ocultan intereses muy dispares de quienes están o no en el meollo.

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