Concluidas las elecciones generales, autonómicas y municipales, en medio del gallinero político y el impresentable espectáculo de mercadeo de poltronas que estamos contemplando, es el momento de reflexionar sobre el comportamiento que corresponde a los partidos que no gobiernen el país, las autonomías o los ayuntamientos, porque en democracia la oposición política es pieza fundamental, que debe cumplir los principios de limpieza mental, honradez moral, lealtad de Estado y alejamiento de intereses personales y/o de partido, para servir a la sociedad desde el lugar en que las urnas han decidido situarlos, aunque algunos no acaben de digerirlo y prefieran moverse en el filo de la navaja, haciendo temblar al sistema.
Tal comportamiento nada tiene que ver con la auténtica oposición política, imprescindible en todo Estado democrático, pues se sitúa en la subestructura del sistema para intentar cambiar lo que proceda y hacerse con el poder en el futuro, respetando las reglas de juego.
Es obligación de la oposición controlar las acciones del Gobierno, vigilar sus pasos y colaborar con sus aportaciones a la buena marcha del país, al tiempo de presentar un proyecto de gestión alternativo al que esté aplicando el partido en el poder, defendiéndolo con hechos acreditativos de las promesas anunciadas en la campaña electoral.
Cuando el vocerío interno impide atender los compromisos democráticos. Cuando los codazos imposibilitan ir codo a codo remando a favor de los ciudadanos. Cuando los jóvenes envejecen aspirando sustituir a megaterios encadenados a la poltrona. Cuando la autocrítica no forma parte de la doctrina partidista. O cuando las actitudes borran eternos valores del diccionario político deontológico, la oposición se aleja de su función.
¡Ah!, y cuando se culpa del fracaso electoral a la epistemología occipital adventicia que determina la hectodérmica e hipostásica neuralgia escafoidal del Rhinopithecus strykeri?, entonces no queda otro remedio que aceptar la derrota y marcharse a casa, pues en política los resultados electorales dictan sus pretensiones y actualmente los ciudadanos han dicho muy claramente lo que quieren, poniendo a cada uno en su lugar, aunque algunos no quieran situarse en él.