Lo último de Julián Martín, Sembrados a voleo, sigue ruta de presentaciones en la provincia. En la pasada Feria del Libro le colocaron a una hora ciertamente intempestiva para los que levantamos trapa a diario (las 11 de la mañana, a quién se le ocurre?).
Me llamó para anunciarme que en Matilla de los Caños levantaba jáima poética el día 25. Y como ese día tocaba reflexionar, pues nos fuimos a Matilla a escuchar los sentidos versos de este Morante de la Puebla de la poesía. Y aludo al torero sevillano porque aúna el coletudo las dos premisas del soñado toreo de siempre: arte y valor.
El arte de Julián es haber salido airoso del talego del soneto ?domeñado y consentido en sus anteriores obras- para cimbrearse en un quite por gaoneras en el verso libre; una suerte de libertad de grilletes pero con el mismo valor de siempre: la condición humana y sus multitudes y variopintas variantes: amor, desamor, nostalgia, tierra, naturaleza, amistad, la futilidad del tiempo, lo que Cernuda describió en su agobio existencial como La realidad y el deseo y Whitman edificó su tocho vital en Hojas de hierba.
Y sucedió en Matilla, donde antaño reinó el toro bravo en todo su esplendor (hoy marchito), en las llamadas escuelas viejas, hoy hogar del Jubilado, donde Julián, como alguacil querido y respetado, cogió la trompetilla y llamó al vecindario porque tenía que hablar de su libro (Paco Umbral dixit). Y además presentarles a cinco amigos. Que fueron, a saber: Elena Díaz, Carmen Prada y Soledad Sánchez, como rapsodas y el cantautor Quini Sánchez, que puso guitarra, canto a otros tantos poemas.
Francisco Martín, poeta del pueblo y para el pueblo, presentó el acto con sobriedad sobria.
Pues eso, que resulta curioso ver a Julián Martín libre de los barrotes (del soneto). Le agradezco, por otra parte, sus leales y sinceras líneas a ese otro peleador humanista, vencido por los airones del tiempo, que fue Félix Grande García, de Escurial de la Sierra, para más señas. Tenemos que resucitarle. Por justicia.