OPINIóN
Actualizado 23/05/2019
Toño Blázquez

Mucho, es el complemento perfecto. Los extremos se tocan, se acarician, se alimentan y hacen crecer el arte del toreo. La actuación ayer del torero peruano en Las Ventas me llevan a reflexionar sobre la definición de qué es el toreo, qué manera hay de explicar su endemoniada atracción y la inquietante energía emocional que nos provoca su contemplación.

En su libro Tauromagia, Guillermo Sureda, explica que el toreo es, ante todo, comunicación. Es decir, lo que suceda en el ruedo entre toro y torero ha de trascender a los tendidos, sorprenderles con algún tipo de provocación emocional o sentimental. Estamos hablando en esta ocasión de sensaciones, de agrado, euforia, asombro, estupefacción, sobresalto, extrañeza. El cansancio, el hastío, el muermo, es el pecado de la tauromaquia, su componente más dañino. También hay, no lo olvidemos, apatía, patetismo, tragedia y miedo.

Las maneras de luminosa cercanía estética de Pablo Aguado, el remanso y la tranquilidad que nos ofrece su toreo, contrasta con la epopeya visceral en derroche de poderío, contra la tormenta y el sunami de Roca Rey. La tempestad y la calma, el sosiego franciscano del amanuense con la soberbia naturaleza conquistadora de Alejandro Magno. Son sinergias que claman al cielo.

Por eso el toreo será eterno, porque tiene abrazos de delicada ternura y una demoledora y grandiosa épica.

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