OPINIóN
Actualizado 13/05/2019
Rubén Martín Vaquero

Las plantas han tenido un relevante protagonismo en la alquimia, al emplearse desde los orígenes de la Humanidad como remedios esotéricos y terapéuticos: los árboles eran sagrados (los tejos y las encinas para los celtas, el fresno para los escandinavos, el tilo en Germania?), porque simbolizan la escalera entre el mundo inferior y el cielo; la protección contra la negatividad se la atribuían a las hojas de parra, al romero, al roble, a las rosas, a la menta, al limón, al laurel, al cedro, al clavel, al anís y al aloe; proporcionaban prosperidad, abundancia, amor y suerte el trébol, la salvia, el sándalo, las rosas, las naranjas, la menta, las manzanas, la lavanda, las fresas, el azúcar, el arroz y las amapolas; la verbena o hierba de las brujas, asociada a la diosa Venus, favorecía la belleza y la espiritualidad, y estuvo vinculada a cualquier actuación mágica y amorosa; los ajos, además de sus propiedades curativas, los colocaban a la puerta de las casas para impedir que entrase el mal.

Reconocían como afrodisíacos los dátiles, las pipas de calabaza, la canela, la ajedrea, la menta, el azúcar y el perejil. En los exorcismos empleaban ajos, albahaca, laurel, romero y sándalo. En los amuletos o higas para evitar el mal de ojo utilizaban el ajo, el anís en taleguillas o bolsitas, la cebolla y el laurel.

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