OPINIóN
Actualizado 05/05/2019
Redacción

El alma de un país no son las banderas, ni los símbolos patrióticos (o patrioteros), ni las grandes cuestiones coyunturales que algunos agitan y que pasan enseguida al olvido? El alma de un país son sus gentes. Constituyen lo más importante con que cuenta, su principal activo.

Y las gentes de nuestro país, ese honrado pueblo soberano que ha ido a las urnas, de modo mayoritario y responsable, se ha pronunciado contra el ruido y la furia, contra las mentiras, contra las nostalgias involucionistas de reducirnos a todos a cuevas tenebrosas.

Las gentes de nuestro país se han pronunciado por una sociedad libre, abierta, democrática, civilizada, moderada, dialogante, sin crispaciones de ningún tipo; una sociedad a la que nos ha costado mucho llegar, como para que extrañas paranoias nos la arrebaten.

Las gentes de nuestro país, el honrado pueblo soberano ha percibido que, en esta ocasión era importante, con una decisión responsable y meditada, apagar los fuegos de la excitación y de la furia, para defender una democracia que aún hemos de perfeccionar y hacer madurar entre todos, porque las tradiciones democráticas de nuestro país han sido históricamente muy breves, al contrario de otras naciones europeas de nuestro entorno, de ahí que haya que consolidarlas y defenderlas.

Y de ahí que nuestra vinculación con Europa ?continente, cultura y tradición a los que pertenecemos? nos proteja de tentaciones involucionistas de cualquier tipo. Por ello, en el presente, hoy mismo, posiblemente los españoles seamos de los europeos que más conciencia tengamos de la importancia que supone pertenecer a Europa.

El alma de un país son, sí, las gentes, nuestras gentes, nuestro principal activo. Los colores y las banderas son muy secundarios. Y nuestras gentes piden políticas sociales, a favor siempre del bien común; piden que funcionen y que estén al servicio de todos nuestros más importantes servicios públicos, como la sanidad, la educación, la justicia?, y piden que haya una atención a los sectores más frágiles de la sociedad: nuestros niños y ancianos, nuestras familias más desprotegidas; y piden trabajo digno y no precario, así como unas libertades sin mordazas ni cortapisas.

Menuda lección que nos ha dado el alma de nuestro país: nuestras gentes, el honrado pueblo soberano, que sigue queriendo transitar y consolidar esa sociedad abierta que nos merecemos.

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