OPINIóN
Actualizado 26/04/2019
Juan Robles

Después de la senda de la cuaresma y la Semana Santa, por fin llega la Pascua

Varias veces en los artículos pasados hemos aludido, a través del recorrido que íbamos haciendo, al término de ese camino. Después de la senda de la cuaresma y de la Semana Santa, esperábamos la llegada de la Pascua.

Los caminos que recorremos, normalmente señalan una meta como fruto de nuestra esperanza. Por supuesto, la marcha de la cuaresma y Semana Santa, si las vivimos con fe, son el fundamento de nuestra esperanza pascual.

La vivencia litúrgica y religiosa es claro que alimenta nuestra esperanza de vida y de resurrección. La resurrección de Cristo, desde luego, pero también la resurrección de los creyentes.

Y, si la cuaresma la situamos entre el invierno y la primavera, podremos señalar la llegada de la luz del verano y la esperanza de que lleguen también los frutos del verano. En definitiva, se trata del triunfo de la vida plena.

También existen las primaveras sociales y las primaveras de la historia. Hay acontecimientos que auguran la llegada de algún acontecimiento feliz y que alimentan nuestra esperanza.

¿Habrá ahora, en nuestros días, signos de la llegada de alguna situación creadora de ilusión y de esperanza? En estos días nos encontramos con todo el ambiente social dominado por las jornadas de propaganda política de cara a las ya cercanas elecciones.

¿Nos ofrecerán nuestros políticos signos de verdadera esperanza? No parece, ni siquiera después de los dos superdebates televisivos. Tendremos que buscar otros motivos más esperanzadores que los que nos sirven los representantes de la vida pública.

¿Y si miráramos al resto del gran mundo? Desde luego la esperanza no nos vendrá desde Venezuela o Nicaragua, desde Nigeria, Sudán del Sur, Yemen, y menos aún después de lo ocurrido en Sri Lanka. Toda nuestra geografía se encuentra orlada de pequeñas guerras y de grandes violencias y amenazas.

Y en nuestro país abundan las violencias de género, las locuras de los accidentes de carretera, y las menos visibles violencias de niños que mueren por hambre real como fruto de una auténtica pobreza.

¿Tendremos que seguir insistiendo en la carrera cuaresmal que nos purifique y nos ayude a superar nuestros males? Ojalá fuera tan fácil. Quizá tengamos que tomar un periodo a más largo plazo, que incluya la reflexión, la educación, la práctica del respeto y la moderación, y la actitud de concordia y de realización de nuevos y amplios acuerdos sobre derechos humanos, especialmente de las mujeres y de los niños, sobre educación y sobre la defensa y el cultivo de cualquier valor que deba estar al servicio del bien común de los ciudadanos.

Esperemos una verdadera "Pascua Florida", o trabajemos incansablemente para conseguirla. Así no habremos recorrido nuestra marcha cuaresmal en vano. Feliz Pascua.

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