OPINIóN
Actualizado 26/04/2019
Julio Fernández

Profesor de Derecho Penal de la Usal

Hemos asistido a una campaña electoral en la que los líderes de la derecha (Rivera, Casado y Abascal) han sido los vencedores en el tono bronco, chabacano y maleducado, síntoma inequívoco de que quieren ganar el partido como sea, aunque tengan que practicar el juego sucio, porque, para ellos, maquiavélicos en esencia, el fin justifica los medios empleados. En argot futbolístico, segando las espinillas de los jugadores del equipo contrario, tirándose en el área para fingir penaltis y protestando constantemente las decisiones del árbitro.

No olvidemos, que la moción de censura presentada contra el anterior jefe de gobierno, M. Rajoy, debido a los casos de corrupción del PP ya juzgados, trastocó no sólo los planes de los Populares, sino también los de Ciudadanos. Hasta ese momento, las encuestas de intención de voto le eran muy favorables, sobre todo a Rivera; pero la jugada maestra del líder del PSOE les pilló desprevenidos y el éxito de las acciones de gobierno en estos diez meses (aún con algunas contradicciones del Ejecutivo, que ha ido reduciendo con el paso del tiempo) les ha trastornado definitivamente. Ante una situación de tal envergadura, la única reacción que han tenido los líderes de PP y Ciudadanos ha sido la del insulto y la descalificación hacia el presidente del gobierno, además de intoxicar a la opinión pública con manipulaciones y mentiras cargadas de odio y de resentimiento.

Cuando un líder político acusa a otro de traición a su país, de aliarse con terroristas de ETA (cuando, afortunadamente ese terrorismo ya es historia), de sentarse amigablemente con violadores y asesinos (por estar en contra de una pena infame como es la prisión permanente revisable, presuntamente contraria a los postulados constitucionales de la orientación resocializadoras de las penas, a los principios de la dignidad y los derechos humanos, a los de estricta legalidad penal y de seguridad jurídica y a los establecidos en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, pues, por la forma de ejecución y la incertidumbre de un horizonte real de cumplimiento de la pena para el condenado, la pueden convertir en un trato cruel, inhumano o degradante), o de pretender la ruptura de un país tan hermoso como España, con su rica diversidad en tradiciones, cultura, lenguas y costumbres. Quién acusa de esto de manera inmisericorde está rompiendo los jirones de nuestra convivencia pacífica y armónica y lo hace porque no encuentra argumentos racionales, sensatos y coherentes para conversar y discutir con el adversario.

El 29 de abril está a la vuelta de la esquina y los ciudadanos tenemos que convencernos que en un Estado Social y Democrático de Derecho como el nuestro, las decisiones políticas tienen que ir precedidas de los obligados acuerdos y consensos, respetando a todos, a las mayorías sociales y a las minorías territoriales y étnicas. Es en el camino, donde, con diálogo constructivo, deben fraguarse todas las iniciativas políticas (se hace camino al andar, -recordemos-) y quién tiene que arbitrar que los caminantes hagan propuestas viables y -como diría Tomás y Valiente- edifiquen con la razón utilizando la "experiencia histórica y la tolerancia, como instrumentos", es la Democracia, como baluarte de la convivencia pacífica y no de la crispación y el enfrentamiento (destructores del respeto a las opiniones de los demás y origen de los sistemas políticos déspotas y autoritarios). Del camino, por tanto, deben expulsarse a los caminantes que sólo quieran llegar a la meta dando codazos y poniendo zancadillas a los demás. Y la democracia, como indiscutible árbitro, sabe muy bien lo que tiene que hacer.

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