Estamos en la era del diseño frío y abstracto. Rombos de cemento en los parques, barras de metal en los bares, triángulos y rayas en las portadas de los libros. Todo lo que es vivo y humano está descartado. Todo lo que se adapte al hombre y le facilite la vida hay que eliminarlo.
Así le ponemos una abstracción sin nombre en el fondo de un plato y le cobramos una barbaridad por ello. Eliminamos las tabernas con personalidad y ponemos bares fríos y pijos en todas partes. Levantamos cuadrados de hormigón en lugar de edificios vivos y vibrantes. Y decimos: qué listos somos. Cómo nos alejamos de la naturaleza y de la vida. Como jodemos a la gente y encima nos pagan por ello.
Adolf Loos dijo a principios del siglo XX que el adorno era un crimen. Le parecía que el art nouveau de entonces era un derroche burgués, era emplear dinero en adornos en lugar de dar habitación a la gente. Y levantó unas casas frías y áridas, donde toda señal de vida se eliminaba. Me acuerdo de una en Montmartre que parece un atentado en aquel barrio de arte.
Pero lo que es un crimen es ese puritanismo que lo elimina todo, toda vibración, toda vida. Que cercena al hombre y lo convierte en un triángulo. Que no quiere que saborees un pollo sino que aprendas una lección de pedantería. Que no te deja casi sentarte en un banco. Que te golpea en los edificios con su austeridad tiránica. Parece el calvinismo universal, todo es pecado y la vida es pecado. Tenemos que eliminar toda vida porque la vida es el demonio.
Ante eso yo digo: el diseño es un crimen. El diseño acabará con todos nosotros y con la vida sobre la tierra. Yo invito a una sublevación contra el diseño.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
Daniel Lovejoy: Conmutación