OPINIóN
Actualizado 23/04/2019
Francisco Delgado

Al hilo de la TIRA de humor político-filosófico de M. Fontdevila en diario.es, con su descripción de la inutilidad de los dos debates en televisión de los candidatos a la presidencia de la Nación, me sale plantear una alternativa a esta semana de repeticiones de slogans, promesas y mentiras repetidas, que se parecen más al experimento del perro de Pavlov, que a un diálogo esclarecedor de esta tragicomedia en la que España está inmersa y de cuyo argumento una gran mayoría de la población ( ¡aún un 40% de indecisos en el voto!) no se entera o entiende.

Opino que una semana, ésta en la que estamos, en la que no se hablara nada de política en medios públicos, sería más útil, para los informados y para los desorientados crónicos, que la ruidosa, tensa, caótica, inútil (repito con el humorista antes citado) semana que vamos a pasar. ¿Un día de reflexión? Creo que dada la situación política actual española un día es demasiado poco; quizás una semana de silencio reflexivo se quede corta, pero menos es nada.

La dificultad de que mi propuesta utópica prospere, está en si existe alguien, a estas alturas de la historia, que le dé valor a la reflexión a la hora de tomar una decisión importante en nuestra vida individual y colectiva. Quizás estemos mucho más alienados en la irrealidad de lo que supuestamente deseamos y demos por seguro que lo que pensamos y decidimos es lo mismo que el líder, (al que escuchamos en televisión cien veces cada día), grita para convencernos o "vendernos", como realistamente se dice ahora.

Frente a todo vendedor la primera pregunta obvia que debe hacerse el posible comprador es: ¿necesito o no necesito lo que este señor quiere venderme? Cuando alguien, apartando la hojarasca de palabras huecas, encuentre una propuesta concreta de uno de los candidatos- vendedores que coincida con una importante necesidad que identifique como suya, habrá llegado al final del proceso: ya puede emitir el voto con una mínima coherencia.

En la ruleta de la democracia aún le quedarán al votante dos fases, que ya no dependen de él: la primera que su necesidad, su voto, coincida con una suficiente cantidad de votos semejantes, que puedan convertirse en un equipo de gobierno. La segunda, que lo prometido por el seductor vendedor de ideales o de mejoría de vidas, ya gobernante, sea cumplido.

Este riesgo hay que correrlo. En la ruleta de la vida no podemos dejar de apostar. No apostar, quedarse en casa o meter en la urna un voto en blanco es un lujo que ningún ciudadano normal y corriente puede permitirse. Ni aunque viva en Salamanca.

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