¿Qué es más elevado para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra el piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?
SHAKESPEARE, Hamlet, III, 1.
Uno de los titulares que más honda desesperanza ha sido capaz de suscitar en los últimos días (y los hay deprimentes a cientos), ha sido el que afirma, refiriéndose al maltrato a la mujer, que "Siete de cada diez casos de maltrato no tienen riesgo según la valoración policial". Tal cual. Suscita tristeza porque esa afirmación es una falsedad total y absoluta. Y mueve a la desesperanza porque insulta a las mujeres maltratadas. A todas. E indigna porque diez de cada diez, cien de cada cien, mil de cada mil casos de maltrato tienen riesgo, todos, porque el riesgo no es solo morir para esas mujeres, sino respirar, amanecer, dormir, pensar...; porque el riesgo está en la vida misma y ya está en la misma existencia del maltrato, y eso es una evidencia que ninguna valoración policial ni estadística podrá negar. La cifra, por engreída, altanera y altiva, sigue golpeando cuanto más se lee: siete de cada diez mujeres que denuncian la tragedia de su vida no tienen riesgo... : ¿riesgo de qué?; ¿de morir?; ¿no tienen riesgo de ser agredidas, golpeadas, heridas..?; ¿de ser esclavizadas, humilladas, insultadas, chantajeadas emocionalmente, despojadas de sus derechos..?; ¿no tienen riesgo de sentir miedo, de ser machacadas psicológicamente, físicamente, moralmente...? No tienen riesgo... ¿de qué?
Un titular periodístico que, basado en los cuestionarios que las víctimas de maltrato son obligadas a cumplimentar en las comisarías en que denuncian, nos abofetea con la mezquindad de la estadística y evidencia el fracaso de las políticas de eliminación y siquiera de prevención del maltrato de hombres a mujeres. Una afirmación ("siete de cada diez casos de maltrato no tienen riesgo..."; ¿de verdad creen eso?) que ruboriza, que es una carga de profundidad que explota en nuestra cara y ridiculiza por mezquinos nuestros minutos de silencio y por hipócritas nuestras lágrimas de cocodrilo tras cada crimen, enfrentándonos de nuevo con la imagen que de nosotros mismos hemos sido, somos y parece que seremos siempre incapaces de ver, cual es la de la impericia absoluta, la total negligencia y la criminal indolencia para enfrentar el problema (las mujeres siguen muriendo, muchas en vida, por el criminal comportamiento de ?demasiados- hombres). Esa fatua afirmación de que hay casos de maltrato que no tienen riesgo (siete de cada diez, dice la valoración policial), describe la ineptitud radical que tenemos para enfrentarnos con un mínimo de diligencia eficiente al peor y más destructivo problema de nuestra sociedad.
Los resultados de esos cuestionarios, conforman una imagen estadística que otorga niveles de relevancia al riesgo de ser asesinada, índices de peligrosidad para seguir viva en el ejercicio de la convivencia con un maltratador o tramos de amenaza (más, menos, poca, débil, inminente, lejana, soportable, asumible...) sobre la integridad de la víctima, etiquetándose finalmente a cada mujer con un nivel, un color, una nota, un número o un porcentaje de riesgo cuya calificación, según el cuestionario, será merecedora o no de protección. La noticia se extiende hablando de que esos cuestionarios han sufrido ya cinco actualizaciones y varias correcciones y variaciones, lo que da noticia de su naturaleza experimental, insegura y de prueba y, sobre todo, de la desorientación, errores de punto de vista y provisionalidad de un método de investigación y estadística del que nadie duda de su intención, y que tal vez sirva para publicar hermosos gráficos y sesudos informes, pero que aplicado a la prevención directa y/o eliminación efectiva o reducción real de la lacra del maltrato a las mujeres, ni roza el núcleo del problema.
No serán estas líneas las que desprecien el trabajo de todas y cada una de las personas, en cualquier ámbito, nivel o competencia, que trabajan para enfrentar el problema del maltrato y el crimen a las mujeres, pero la indiscutible realidad de que ellas siguen muriendo a manos de maltratadores, además del aumento de las denuncias de todo tipo de modos de maltrato, vejación y chantaje, hacen sospechar que los actuales métodos de prevención (entre los que destaca este algoritmo que califica los niveles de riesgo), no están ni lejanamente bien encaminados.
Ahora que los reaccionarios de este país quieren desandar los todavía insuficientes pasos que las mujeres han dado en la lucha por la igualdad y contra el crimen machista, los fascistas se aferrarán y manipularán para sus intereses noticias como esta de que hay un gran porcentaje de casos de maltrato que "no tienen riesgo". Tal vez por eso sea el momento de una intervención radical que eleve el listón en la lucha contra el feminicidio; una toma de decisiones que implique a todo el Estado, transversal institucionalmente, que busque sin atajos el cambio de paradigma de la convivencia y que incluya medidas de todo tipo: cambio radical del punto de vista de la lucha y las actuaciones policiales y judiciales para aislar a los culpables y no a las víctimas, discriminaciones en favor de las mujeres en todos los ámbitos, medidas penales, educativas, laborales y sociales, incluyendo prohibiciones radicales de la desigualdad o su mera defensa, sanciones al machismo, multas al desprecio, embargos, eliminación de la apología del machismo en todas sus formas, revisión ética y consecuente anulación y prohibición de celebraciones tradicionales y festejos donde se consagra el machismo, se celebra la desigualdad o se justifica la subsidiariedad femenina; cuestionamiento de los apoyos oficiales a entes religiosos en que se discrimine a la mujer y otras medidas punitivas, sancionadoras y, también, claro, protectoras, que hagan olvidar esta tibieza criminal actual (tibieza criminal), de un Estado que permite con una falsa concepción de la tolerancia, que decenas de mujeres, diez de cada diez, mueran cada año y miles, mil de cada mil, sufran el crimen del maltrato.