Hay algo del pasado en nosotros. De ese pasado de paseos interminables. De la paciencia. Hay algo. Cuando veo fotos de mis padres lo sé. Aún queda algo de esa vida en nuestros cuerpos. No había móviles, no había nada más que periódicos, cartas y fotos de papel. No había ordenadores, había máquinas de escribir. No había tanta prisa. Las teles entonces apenas nacían y no eran más interesantes que un atardecer. Entonces era la memoria de los sentidos. El encantamiento de la tierra mojada. El crujir de las piedras bajo los pies. La espera tras el objetivo en el baile de los colores del cielo. La transparencia del agua de la fuente. La lentitud de las nubes. El silencio, el ruido inocente de los pájaros. No es posible que hayamos perdido esas raíces, no es posible que hayamos perdido a nuestros padres. No, aún no. Nosotros fuimos criados en esa intermitencia, nosotros recordamos. Nosotros fuimos niños de tierra, de semilla. Dicen que la vida es un retorno hacia tu infancia, un retorno hacia ti mismo, hacia tu verdadero ser, el inocente, el compasivo. Una vuelta hacia lo que creías olvidado, hacia lo más arraigado de ti. Mientras tanto el resto es una transición, algo que te llevará a buscar ese niño escondido. Yo creo que hay algo de verdad en todo eso. Hoy se mira con mucha facilidad el futuro, el ansia de cuanto más lejos mejor, cuanto más alto mejor. Pero uno se olvida de quien le dio de comer. De quien le dio forma. De quien le puso en el suelo. A veces nos pasamos la vida en una huida interminable para ver que al final uno estaba dando vueltas en círculo. Porque los poemas de nuestros padres son nuestros poemas. Las sonrisas de sus fotos son nuestras sonrisas de ahora. Esa vida está dentro, no fuera. Esa palabra silenciosa. Cierro los ojos y veo a mi madre cuando tenía mi edad. Veo lo que ve ella. Subiendo una montaña, caminando por un sendero, sentada en el jardín leyendo un libro, regando las flores. Cierro los ojos y veo a mi padre, veo con sus ojos, a través de la cámara, veo colores, veo una vida que solo se puede capturar en ese instante. Veo el pasado, el presente y el futuro en una misma foto. Veo la eternidad. Y me veo a mí, observando desde lejos, como nace mi historia. Ellos escriben mi nombre y me dan la pluma, para que yo nunca olvide como deletrar mis sueños. Para que yo no olvide que la tinta que no se borra está dentro del corazón. Para que cada vez que me pierda sepa dónde encontrarme.
"Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular la savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos. Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad que respiraste el día que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aun. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve." Donde el corazón te lleve, Susanna Tamaro.